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Don Jesús y la justicia retributiva

25 de Agosto del 2025 - Paco Domínguez (Avilés)

Una vez más, y ya no alcanzan los dedos de las manos, el arzobispo de Oviedo, don Jesús Sanz Montes, se sube al mástil de la bandera política ultraconservadora. Esta vez, para llamar morito a todo hijo de vecino musulmán, practicante de la religión islámica, sin importar lugar de nacimiento, raza o etnia, con dedicatoria especial a aquellos países guardianes, descendientes de la fe abrahámica del profeta Mahoma. El señor Sanz Montes, radicalmente contrario a la postura oficial de la Iglesia española, propone, o eso parece, que tengamos un comportamiento similar al de los países islámicos, en cuanto a la prohibición de prácticas religiosas en España -y por extensión a todo el universo católico-, más allá de la intimidad individual o familiar, que tengan origen en el Corán. Ser comisario pontificio de la Unión Lumen Dei, entidad de la Iglesia Católica que atesora un historial de irregularidades nada edificante, debe conllevar cierto grado de radicalismo practicante. Nunca creí, desde que tengo uso de razón política, que el ojo por ojo tenga alguna efectividad social, mucho menos desde una perspectiva religiosa no guiada por el fanatismo. No debería don Jesús dejarse vencer por la ley del talión sin tener en cuenta que hablamos de países muy alejados de la cultura legal occidental, fundamentada sobre valores de justicia, paz y equidad.

Dice don Jesús que el cristianismo es coto vedado en ciertos países musulmanes, so pena de muerte para los practicantes, y es cierto. No es un problema menor el de la coexistencia pacífica interreligiosa. Según Puertas Abiertas (Open Doors), una organización cristiana y evangélica que clasifica a los países según el grado de persecución social y legal ejercida sobre los cristianos, hay más de sesenta países intolerantes con las prácticas cristianas, todos ellos musulmanes de religión islámica, excepto uno, Corea del Norte, que persigue oficialmente cualquier atisbo de creencia divina. Para divino ya tienen a Kim Jong-il, adorado por el pueblo bajo pena capital. El problema de la intolerancia religiosa tiene origen en el dogmatismo, en las verdades absolutas que no necesitan demostración porque proceden de letras divinas. Los judíos se reclaman el pueblo elegido por Dios, los musulmanes declaran en la Shahada que no hay más Dios que Alá y Mahoma es su profeta, por su parte, los católicos afirman que la iglesia fundada por Jesucristo, hijo de Dios, junto al Espíritu Santo forman un único Dios verdadero. Todas las religiones monoteístas creen estar en posesión de la verdad absoluta y todas reclaman para sí el patrimonio de Dios. He aquí un problema insoluble mientras el concepto de religión no quede supeditado al de cultura. Tanto la religión como la cocina, la forma de vestir o cualquier otra cosa que pertenezca a este rango, son conceptos culturales, propios de un país, sin que de mi razonamiento se desprenda ningún grado de equivalencia cultural entre la cocina, el vestir y la religión. Comparto la idea de que todos los pueblos necesitan un grado de espiritualidad y consecuentemente de liturgia, lo que ya no comparto es ese afán católico de evangelización, de aumentar constantemente el número de acólitos y territorios cristianos, ahí, es cuando se manifiesta y justifica la guerra de religiones y surge el demonio que llevamos dentro.

Cuando la religión no explica con claridad el contenido de sus libros sagrados, comienza la incredulidad. ¿Por qué la Iglesia Católica no dice abiertamente que el Libro del Génesis, entre otros libros sagrados, es pura mitología que procede del compendio de otras mitologías anteriores? Sería más sabio y más fácilmente asimilable, desde el punto de vista de la fe, proclamar que este mundo dentro del universo, previo a su existencia, ya estaba en la mente de Dios, antes que asegurar como palabras divinas todo el contenido mitológico del Génesis. Pues bien, este libro sagrado es común para las tres religiones abrahámicas. Quiero decir con esto, que las tres mantienen un alto grado de ocultismo dogmático que sería conveniente no interferir y prudente mantener cierto grado de aislamiento que prevenga toda pretensión apostólica. Cuestión diferente, con trato distinto, es la necesidad practicante de aquella parte de la migración que recala en nuestro país con pretensiones de una vida mejor y que dentro de su equipaje humano trae consigo sus creencias y ritos religiosos, en este punto, la comprensión y no la venganza debería ser nuestro guía.

De la misma manera que la argumentación aquí esgrimida se alinea interesadamente, desde una perspectiva ideológica, con los criterios proclamados por la Conferencia Episcopal, también quienes defienden, manifestando contrariedad con la línea oficial de la Iglesia, el razonamiento del arzobispo de Oviedo, lo hacen porque comparten su mismo ideario político, lo que viene a demostrar que el ser humano, mayoritariamente, de forma explícita o implícita, prioriza los principios ideológicos, netamente terrenales, a la fundamentación teológica, es decir, los asuntos del espíritu relacionados con Dios. Entre lo eterno, lo trascendental, y lo efímero, la política, la naturaleza humana casi siempre elige lo perecedero, lo terrenal, "el pan nuestro de cada día". Como todo cristiano sabe que sus ofensas y culpas o pecados serán perdonados por Dios, puede llenar el saco de la impunidad que el lavado con blanqueador absolutorio está asegurado. Para la humanidad, entendida como sensibilidad con quienes sufren, también desde el punto de vista de la libertad existencial, sería más necesario que el señor arzobispo de Oviedo condenara sin paliativos los crímenes contra la humanidad cometidos por Israel sobre el pueblo palestino, que reclamar la justicia retributiva para aquellos trabajadores que profesan la religión musulmana.

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