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Cuando el Real Oviedo se cruza con gigante

26 de Agosto del 2025 - Gonzalo González López (Oviedo)

En el fútbol, como en la vida, hay historias que se cuentan y otras que se silencian. Cuando un equipo como el Real Oviedo se enfrenta a un equipo de los llamados grandes, como el Real Madrid, la pasión azul se convierte en un susurro ahogado por el estruendo mediático blanco.

La víspera del partido, los titulares ya están escritos. Se analiza todo lo visible e invisible del club poderoso. Y mientras tanto, del Real Oviedo, con su historia centenaria, apenas aparece en un pie de página.

En el césped, la lucha es desigual, pero la pasión es auténtica. El Real Oviedo juega como si se jugara la vida, empujado por esa mezcla de ilusión y orgullo que solo entiende quien ha pasado décadas soñando con volver a codearse con los grandes. Pero los focos no iluminan su esfuerzo: buscan la reacción del portero tras una parada, la mueca del central al protestar una falta, el abrazo de las estrellas al marcar un gol, el bostezo de un reserva en el banquillo, siempre del equipo madridista, claro. El Real Oviedo, mientras tanto, queda difuminado, como un telón de fondo sin importancia, un "sparring" de provincias, un extra en una película donde las cámaras nunca giran hacia el secundario.

Que dispute el partido con pasión, que su afición convierta el Tartiere en una caldera, que se roce la épica... todo eso se resume en una línea al final de la crónica: "El Madrid gana ante un rival correoso". Y fin.

Y después del pitido final llega el verdadero espectáculo: las televisiones y radios dedican horas a un debate eterno, con planos ralentizados desde todos los ángulos posibles, líneas trazadas con regla y compás sobre un fuera de juego o un posible -o dos, o tres- penaltis que nadie vio en el campo. Da igual: los de siempre dirán que fue clarísimo, y los de siempre jurarán que no existió. Así se alimenta la rueda infinita del ruido. Lo importante no es lo que ocurrió en el césped, sino lo que se pueda discutir hasta la madrugada.

Cámaras esperando a la salida del estadio, en el hotel, en el aeropuerto. Los reporteros firmando autógrafos como cantantes de reguetón, preguntando a voces a los jugadores –que pasan sin tan siquiera saludar a los aficionados– si están contentos por el triunfo.

Mientras tanto, del partido real, del esfuerzo del Real Oviedo, apenas queda una mención fugaz. Nadie pregunta a sus aficionados, jugadores o técnicos, salvo en la obligada rueda de prensa, su opinión.

Es la intrascendencia de la pasión cuando se mide con la vara de la notoriedad. Pero en las gradas del Carlos Tartiere, cada gol, cada entrada, cada balón dividido vale más que cualquier titular de portada. Allí donde la prensa no llega, late la verdadera esencia del fútbol: la del equipo que sabe que su nombre tal vez no figure en mayúsculas al día siguiente, pero que nunca dejará de pelear por ser recordado.

P. D.: Si Sistiaga levantara la cabeza...

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