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Adriano, el alma quemada

28 de Agosto del 2025 - José Antonio Flórez Lozano

“Cuando el hombre no se encuentra a sí mismo, no encuentra nada”.

Goethe.

Una vez más, asistimos perplejos e impotentes a la quema de bosques en media España. Y en estos días abrasadores, se ha hablado hasta la saciedad del impacto ambiental, económico, ecológico y, por supuesto, de la pérdida de vidas humanas. Pero nada o, muy poco, se ha dicho del impacto de éste tipo de catástrofes en la salud física y mental de las personas afectadas. Miles de hectáreas de árboles autóctonos arrasadas. Inmensas pérdidas, daños incalculables y presupuestos ingentes para afrontar la repoblación forestal. Un paisaje carbonizado, tétrico, dantesco y trágico. Cementerios inmensos de esqueletos de árboles desnudos. Cada árbol es un refugio de vida: sin naturaleza no hay salud, y sin salud no hay vida plena. Los incendios son un recordatorio brutal de la fragilidad de nuestra existencia, pero también una oportunidad para reconocer la importancia del cuidado de la naturaleza, del acompañamiento emocional a quienes sufren por las pérdidas y del necesario compromiso con la preservación del entorno natural. Parajes inermes, carbonizados, sin vida.

LÁGRIMAS NEGRAS

Detrás del humo quedan personas enfrentadas a un duelo que no se mide en hectáreas, sino en silencios

Adriano es una de las víctimas que se ha quedado sólo con sus recuerdos. Me dice que el incendio del bosque quema la vida y el alma. En efecto, la inhalación de estos contaminantes puede provocar efectos muy dañinos para la salud, como un agravamiento de enfermedades respiratorias crónicas (asma, rinitis alérgica), irritación ocular y de las mucosas e intoxicaciones por monóxido de carbono o cianuro. Con seguridad, Adriano expresa un sentimiento de impotencia (shock mental) y de pérdida de la propia estima que le abrasa interiormente. Miles de damnificados exhiben el rostro más amargo de las intensas jornadas de humo y fuego que vive España. Muchas víctimas quedarán impactadas y se limitarán a llevar una vida anodina y sin ilusión. Adriano describe así el impacto psíquico del incendio: “de pronto he echado de menos aquellos paisajes en que el tiempo era mi amigo y me regalaba la calma templada de una tarde desde la antojana de mi casa; conservo perfectamente las canciones de los pájaros y el eco del vértigo que fueron los días, vivía en ese paisaje de perfume, armonía y color bajo el mandato de la despreocupación; ahora todo es de otra forma, como si de repente apareciera una densa niebla llena de dolor (lágrimas negras) y de muerte”. ¿Dónde está el sonido apacible y fresco del viento entre las ramas? ¿Qué ha pasado con el perfume del brezo y de la madreselva, cuando leía tranquilamente al atardecer? ¿Qué ha sucedido con el martilleo despertador del pájaro carpintero? Así, muchas personas afectadas por la voracidad de las llamas, vagan como zombis, hundidos en el dolor más profundo, engullidos por una tristeza enfermiza que a muchos les impide incluso quitarse esa vida anestesiada que pinta el rostro mismo de la muerte. Náufragos en paisajes carbonizados.

EL RECUERDO DEL BOSQUE

Detrás del humo quedan personas enfrentadas a un duelo que no se mide en hectáreas, sino en silencios. Son los tesoros emocionales abrasados: fotos, notas, imágenes, recuerdos, legados familiares o pertenencias devastadas por las llamas. En fin, explica Adriano, árboles en los que aprendiste a trepar, a columpiarte y a descansar; árboles que, en su sombra, abrigaban tantas comidas familiares; casas, animales y granjas esfuerzo de muchas generaciones destruidas y arrasadas. Adriano se ha quedado hierático ante su casa devorada por las llamas; habla de un día muy triste, este en el que hago recuento de mi vida, que ya avanza hacia su epílogo, y no encuentra motivos para sentirse orgulloso de sí mismo y salir adelante. Y por eso, aparece el sufrimiento de estar vivo, de no saber si vivir merece la pena…Y unas ganas de dormirse para siempre en el recuerdo del bosque, de las sombras, de los silencios, de las ardillas escrutando el tronco de los árboles, en fin, en el arcoíris de la vida. No obstante, en el páramo carbonizado por el fuego, florece la esperanza de la vida… Pero, sin duda, las personas afectadas, serán especialmente vulnerables en su salud. Viven un horizonte de frustración, sin esperanza que les hunde en una profunda depresión Muchas, llevan días sin dormir; el insomnio patológico se cronifica y bloquea la liberación de insulina, eliminando la instrucción esencial para que las células absorban la glucosa. La clave terapéutica será vivir con ilusión y argumentos (¡No hay otra!), mirando hacia adelante. Ahora, hay que ser capaz de pasar las páginas carbonizadas, duras y frustrantes que los han sacado de la pista de la felicidad. La intervención terapéutica, no es fácil, ¡Se ha quemado el alma! El entusiasmo, la energía mental, la ilusión y la vitalidad se han volatilizado; también se han quemado. Surge con toda su crudeza, el síndrome del quemado: cansancio emocional, despersonalización y baja autoestima. La sintomatología depresiva, el consumo de alcohol y de psicofármacos, se disparan. También, es posible que tengan recuerdos repetidos y vívidos sobre el incendio devorando en la noche sus casas. Y gritos de animales quemados vivos. Esos flashbacks pueden ocurrir sin motivo aparente y provocar reacciones físicas como aceleración del ritmo cardíaco y un carrusel de emociones negativas que aumentan el cortisol, el glutamato y el daño neuronal. Son personas que sufren el rigor del estrés postraumático. Las recetas de todo tipo de ansiolíticos, antidepresivos e hipnóticos, se dispararán en las personas afectadas.

SEGUIR VIVIENDO

La destrucción del medio (la quema de los bosques) es uno de los agentes estresantes más potentes, inductor por supuesto, de numerosas enfermedades. Imaginemos una persona que vivía en las proximidades de uno de los bosques calcinados. Al levantarse temprano, podía respirar un aroma de pino, eucalipto, brezo, sábila, romero, lavanda y madreselva (aromas calmantes y de alivio del estrés). Frescura y serenidad del aroma a bosque, una fragancia que evoca la naturaleza en su estado más puro y que ha desaparecido, convertido ahora en olor a quemado. La sensación de aire limpio y puro y su efecto relajante y revitalizante, ha desaparecido. Adriano ha estado siempre inmerso en la naturaleza, vivió rodeado de árboles; aprendió a amarlos y a impregnarse de sus aromas. Adriano ha desarrollado una profunda conciencia sobre el vínculo con los árboles. Para él, los bosques representan la eternidad y al destruirlos también se destruye el hombre. Disfrutaba asimismo del trino y alegría de los pájaros (chochín, petirrojo, bisbita, pájaro carpintero y gavilán) y de un paisaje único, armónico, estimulante y protector de su propia salud. Y meditaba en la primavera comprobando el vuelo alegre y estimulante, entre flor y flor, de mariposas multicolor. Ahora, sin embargo, contemplamos un paisaje carbonizado, fúnebre y triste como antesala de la muerte. El “olor a quemado” es insoportable y la monotonía negra del paisaje, es ciertamente impactante. Una atmósfera de misterio, una sombra muy oscura, dibuja la soledad dolorosa y la melancolía ante el espectáculo dantesco de la naturaleza absolutamente destruida. Esta imagen ennegrecida, despierta en las personas traumatizadas, episodios de tristeza y melancolía. Las caras de estas personas, antes alegres, ofrecen un rostro de profundo abatimiento, impotencia, cansancio y melancolía. Como dice Adriano, me he convertido en un adicto al pensamiento negativo. La fe y las certezas compartidas, se han esfumado; se ha instalado el miedo, la inseguridad y la resignación. Frustración crónica, desesperación, nihilismo y autolisis. Una especie de “muerte social”, de risas robadas y de ausencia de humor. Un silencio profundo parece reinar en ese espacio quemado y enlutecido. Algo similar a lo que pintó Edward Munch en su cuadro “El Grito”. Un horror inenarrable, miedo atroz y una incapacidad de tranquilizarse; una angustia a flor de piel. Adriano tiene un sentimiento de “extrañeza”, referido a “sí mismo” y a su entorno inmediato. Miradas perdidas, gestos esquivos, soledad nihilista. En los próximos meses y años, los trastornos psicosomáticos se disparan: problemas digestivos, hipertensión, neurosis, dispepsias, cefaleas, molestias cardíacas, trastornos músculo-esqueléticos, génito-urinarios, taquicardia, palpitaciones, etc. Adriano, habla de gestos de desesperación, de expresión crispada y dramática, que denotan un gran estrés y dolor. De ahí, la necesidad de realizar estudios de seguimiento a corto y largo plazo que permitan vigilar la salud de estas personas y aplicar programas terapéuticos integrales, necesarios para calmar el “ardor del fuego destructivo” en la mente humana. Queda mucho por escuchar, entender y compartir. Ayudas rápidas (económicas y sanitarias), ágiles, generosas y eficaces, por parte de la administración, podrán moderar los efectos patológicos. Aliviar las incertidumbres y favorecer la expresión emocional, corrigiendo ideas irracionales y colaborando en la toma de decisiones más acertadas. Pensar que nuestra vida, ahora más que nunca, tiene un sentido, apoyado en fuertes creencias, que será necesario descubrir en lo más profundo del alma. Como decía Sófocles, una sola palabra nos libera de todo el peso y el dolor de la vida: el amor. Y concluye Adriano ¡Ya no soy nada, sin mi naturaleza y paisaje!

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