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La huella de Adán

31 de Agosto del 2025 - Javier Cortiñas Gonzalez (Villaviciosa)

Esto del calentamiento global me trae por la calle de la amargura porque se nos ha impuesto como un segundo pecado original. Venimos a este mundo con un segundo estigma: el sino fatal de contaminarlo, una culpa ecológica que nos acompaña a lo largo de la vida.

Hablando de este tema, un amigo me contó cómo le dieron por la calle un panfleto o flyer de una conocida organización ecologista que recaudaba fondos para su causa. El panfleto trataba de transmitir el mensaje del acelerado cambio climático que se está produciendo de manera tan dramática que se imaginó ver todo el hielo de Groenlandia fundido antes del sorteo de las próximas Navidades y las orillas del mar Mediterráneo con las olas lamiendo las afueras de Albacete, convertida en la nueva capital de la Costa del Sol.

Continuaba el mensaje llamando a la acción urgente para salvar el planeta del apocalipsis que se avecina de seguir aumentando la concentración de gases de efecto invernadero, lo que se conoce como huella de carbono, por ser el CO2 su componente más importante.

Lo que más le impresionó fue la lapidaria frase final de la publicación: "El planeta te necesita". En el panfleto aparecía la reseña de una página web en la que se incluía una aplicación para estimar la huella de carbono personal, es decir, la cantidad total de emisiones de efecto invernadero anuales de CO2 generadas según el modo de vida de cada quien.

La aplicación informaba de que una persona del mundo occidental genera una huella de carbono de diez toneladas de CO2 al año y la media mundial se estima en cinco toneladas por persona y año. El objetivo para reducir el impacto sobre el cambio climático es disminuir la huella a dos toneladas por persona para el año 2030.

Completó el cuestionario de la aplicación, que valoraba las huellas de carbono relacionadas con la vivienda, el transporte y los hábitos de consumo. En la primera, las cuestiones se referían al tamaño y tipo de vivienda, fuente de calefacción, aire acondicionado, origen de la electricidad, año de construcción y número de personas que la habitan incluidos los niños, mascotas y ¡perrhijos!

La sección dedicada a los modos de transporte contabilizaba los viajes privados en avión dentro del país, el continente o transcontinentales; número de coches, frecuencia de viajes en crucero, taxi, autobús, tren, moto, bicicleta y a pie.

En cuanto a los hábitos de consumo, las preguntas tenían que ver con la frecuencia de compra de carne de vaca o cordero, comidas vegetarianas, productos de temporada, locales o de producción propia, la clasificación de residuos y su reciclado y la disminución del uso de plástico, etc.

Según sus respuestas, el programa estimó que su huella de carbono superaba las diez toneladas de CO2 al año, quedando clasificado dentro de la categoría de auténtico depredador del clima, de acuerdo a las siguientes categorías: depredador del clima, si se superan las diez toneladas anuales; consumidor climático, si están entre cinco y diez toneladas; amigo del clima, para las comprendidas entre dos y cinco toneladas y campeón climático, si no llegan a las dos toneladas (aunque probablemente, en este caso, no se deba tanto al esfuerzo por no contaminar como a la imposibilidad de generarlas por carecer de recursos).

Finalizaba con una serie de recomendaciones encaminadas a reducir la huella -una lista más bien larga- como cabía esperar al ser clasificado como depredador climático. Entre las que figuraban el cambiar de casa, porque era lo suficientemente antigua como para no cumplir los requisitos de aislamiento térmico, etc. Claro que esta disminución de su huella, que podría suponer, por ejemplo, pasar de la talla cuarenta tres a la talla treinta y seis, le produciría un auténtico agujero económico difícilmente abordable.

La aplicación proponía otras medidas, como contratar la electricidad a una compañía que la generase con energías renovables o dejar de desplazarse en avión para hacerlo en tren o en bus. Solicitar taxis eléctricos o híbridos. Ir a la oficina en bicicleta o andando. Mientras me lo iba explicando pensaba que era un cambio un tanto incierto lo del avión por el tren, si uno está empeñado en llegar a un lugar y día determinados. Porque en estos tiempos que corren es posible intuir cuándo lo vas a coger, pero desconoces lo que te deparará el destino, como pasar la noche en medio de un lugar de la Mancha escuchando el dulce canto de un cárabo entre imprecaciones, desesperos e histerias de tus compañeros de viaje. Así que le comenté a mi amigo que, en mi caso, seguiría optando por el avión, a pesar del tiempo que se pierde en los aeropuertos entre la facturación, el striptease del control de seguridad y los precios de los botellines de agua.

Respecto a los hábitos de consumo, las sugerencias se orientaban por dejar de comer carne de vacuno y de cordero y sustituirla por comida totalmente vegana. Ante tan descabellada propuesta, le interrumpí para expresarle mis dudas de que una persona normal pudiera sentirse relativamente a gusto consigo misma alimentándose solo a base de tostadas con hummus, quinoa con verduras, tofu, lentejas, yogur vegetal y bizcochos veganos sin echarle el diente, de vez en cuando, a un entrecot con patatas fritas, unas humildes albóndigas o unos muslos de pollo asado. Todo para conseguir unos pocos kilos de reducción de CO2. Añadí que eso de no comer proteínas animales es contra natura. Si no fuera porque nuestros más antiguos ancestros, después de observar desde los árboles de la sabana africana cómo los leones, sin comer ni raíces ni fruta y sí carne fresca, estaban fuertotes decidieron, ellos también, incluirla en su dieta. Les fue tan bien que dejaron los árboles, se pusieron de pie, perdieron el pelo, se hicieron habilidosos y así poco a poco hemos llegado a trancas y barrancas, dando pasos para adelante y algunos para atrás, mejorando el mundo, hasta hoy. Algo que no hubiera ocurrido alimentándose solo de bananas.

Volviendo a los hábitos de consumo, para ayudarnos a emitir menos de este supuesto venenoso CO2 -el mismo gas que hace burbujear la cerveza y la casi mayoría de las bebidas refrescantes-, en las etiquetas de muchos productos que adquirimos figura su contribución a la huella del carbono: la imagen de un pie dentro de un recuadro. Sé de alguien que al verlo por primera vez pensó si no sería una advertencia del fabricante del queso de su olor a pies.

Tengo que reconocer que cada vez necesito más tiempo para hacer la compra por la cantidad de detalles a los que prestar atención a la hora de optar por tal o cual producto: que si el valor nutricional, la composición, el grado de procesamiento, el origen del producto -algo que considero sumamente positivo porque se te obliga a repasar geografía y para enterarte de que los sabrosos pimientos del piquillo no son de Navarra, sino que el piquillo es la denominación cariñosa del Huascarán, una pequeña elevación de más de 6.000 metros del Perú, a los pies de cuyas faldas a lo mejor se cultivan. Bueno, pues además de todo lo anterior dicho, hay que sumar ahora lo relacionado con la huella del carbono.

El cálculo de la huella del carbono personal es un ejemplo para convencernos de que el calentamiento global es nuestra culpa. Lo tienes incluido hasta en la aplicación de tu banco. Basta consultar el menú para ver la huella de carbono relacionada con tus gastos. En la mía, figura que he generado dos horribles kilos de CO2 en el mes de julio; posiblemente porque nos hemos movido poco y hemos hecho un excesivo consumo de ensaladas.

El calcular la huella de carbono fue una idea originada hace veintiún años en las oficinas de una compañía publicitaria de Nueva York. El mensaje es sencillo: tú eres el problema, tú tienes que resolverlo. Nuestra culpa ecológica, a la que me refería al comienzo.

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