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Sindicatos subsidiados, qué diferencia

1 de Marzo del 2011 - José Antonio Gutiérrez González (Piedras Blancas (Castrillón))

Como es bien sabido, los sindicatos empezaron su andadura siendo unas asociaciones de obreros menesterosos, de ayuda mutua, que se extendieron desde Gran Bretaña a la Europa continental en las primeras décadas del siglo XIX. Concretamente, en los años de 1830 aparecen las primeras organizaciones obreras agrupando a los trabajadores según su oficio. Aquellos obreros, que sabían que sus pobres condiciones de vida eran fruto de la injusticia del poder, decidieron unirse, agremiarse para responder adecuadamente al desafío planteado.

Sí, eran pobres en bienes materiales, pero ricos en camaradería con sus correligionarios, también estrujados socialmente, hasta llegar a dar su vida en la lucha si fuera preciso. No necesitaban subvenciones, ni privilegios, ni campañas de marketing, al contrario, desde sus carencias y pundonor lograron conquistas históricas, como el derecho la huelga o la jornada de ocho horas, por poner solo dos ejemplos, de las que todavía hoy nos beneficiamos.

En cambio, en la actualidad los sindicatos son otra cosa; el progreso ha sido para ellos aumento en la percepción de dinero, abundantes apoyos del Gobierno, liberados sindicales, campañas millonarias, etcétera.

Nadie duda, ciertamente, del papel histórico que ha jugado el sindicalismo en España, pero parece necesario reconsiderar si sus estructuras y, sobre todo, su financiación son las más adecuadas para defender a los trabajadores en la actualidad.

Podemos hablar de más de 20 millones de euros, lo que el Ministerio de Trabajo repartió a los sindicatos en subvenciones durante el pasado año 2010. Casi las tres cuartas partes fueron a parar a los dos centrales mayoritarias: UGT y CC OO. Esta elevada aportación económica viene a abrir nuevamente el debate sobre cómo se deben posicionar hoy en día los sindicatos, cuya connivencia con el Gobierno socialista durante los primeros tiempos de la crisis, y hasta que se decidieron a convocar la huelga general, ha provocado una profunda decepción en todas las capas de nuestra sociedad.

Por toda una cadena de despropósitos acaecidos, parece normal que no se atrevan a defender a la clase trabajadora y que ésta, a su vez, no crean ya en ellos: han cumplido el papel que el sistema necesitaba que cumpliesen. Por eso, mejor sería que dejasen sus sedes vacías y que para nada estorben a los que han de seguir luchando. Porque la clase obrera de hoy, machacada como nunca en nuestro país, por fortuna sigue teniendo orgullo y autoestima, y, por delante, una sustancial tarea que cumplir.

El pasado 17 de diciembre el vocero de UGT no estaba muy contento cuando aseguró en una entrevista que la reforma de las pensiones «es injusta, innecesaria y perjudicial». Pero, posteriormente, el 8 de enero, recuperó la sonrisa al leer el BOE que concedía a los sindicatos nuevas ayudas de 26,6 millones de euros. El hombre, puño en alto, demostró tener profundas convicciones sociales.

Si los sindicatos –en estos momentos de crisis generalizada– preguntasen a los ciudadanos sobre algunas movilizaciones y recortes, seguro que la mayoría les diría que el recorte debería comenzar por no pagar ni un céntimo más del dinero público a ningún sindicato, y muy concretamente, a UGT y CC OO.

Señores sindicalistas, no se les oye hablar de trabajar más y cobrar menos. Quizá la solución podría estar en rebajarles a ustedes buena parte de su sueldo, de sus ventajas y prebendas, y con ese dinero seguro que no se hubiese hecho la reforma en las pensiones de nuestros mayores. Lo dice y lo piensa un jubilado.

José Antonio Gutiérrez González

Piedras Blancas

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