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Religión y salud

1 de Marzo del 2011 - José Antonio Flórez Lozano

El mundo de la religiosidad se halla íntimamente vinculado a la existencia del ser humano. Las prácticas religiosas pueden advertirse ya desde el año 3.000 a. C., si bien existen indicios arqueológicos desde hace más de 40.000 años, que evidencian la existencia de ritos religiosos. A pesar del contexto de la sociedad actual definida por el materialismo, el hedonismo y un fuerte laicismo, los estudios de antropología cultural y social evidencian que en la actualidad el fenómeno religioso sigue siendo muy importante en la conducta del hombre. Darwin expuso también que esta fuerte tendencia de la religiosidad en todas las culturas del mundo tiene que ver con la supervivencia del Homo sapiens (Darwin, 2004). Religión y salud es un binomio que está presente en las civilizaciones más antiguas (China, Asiria, Egipto, Mesopotamia). Concretamente, sir William Osler, padre de la medicina científica, tenía una profunda convicción del efecto de la fe religiosa en la praxis médica (Osler, 1910). Parece evidente que el horizonte de la muerte nos obliga a seleccionar bien los elementos que son vitales para nuestra vida y nos lleva a organizar nuestra escala de valores diferenciando convenientemente entre fines y medios, entre lo que es importante para la vida y lo que sólo es secundario. Y, tal vez, la perspectiva de la muerte nos ayuda a ser libres, a no apegarnos excesivamente a las cosas que ejercen dominio posesivo sobre las personas y pueden ahogar nuestras ansias de felicidad y libertad. No obstante, todo el mundo está seguro de que morirá, pero nadie puede estar completamente seguro de que con la muerte terminará absolutamente su realidad. Pero aquí tenemos que subrayar el factor de la «religiosidad», tal vez la fuerza más poderosa y compleja de la mente humana.

Existen cientos de estudios realizados con una metodología rigurosa que han puesto de manifiesto una influencia positiva de la «religiosidad» en la salud. Su efecto protector se traduce en bienestar psíquico y satisfacción vital. Las personas que tienen prácticas religiosas habituales pueden aumentar su expectativa media de vida en unos siete años. Ciertamente, un estudio espectacular sobre más de 90.000 personas demostró que las personas más religiosas tenían una menor incidencia de cirrosis, enfisema, suicidio y cardiopatía isquémica. Otro estudio similar, realizado en Israel, ha demostrado que los habitantes desvinculados de las vivencias religiosas consumían dietas con una mayor presencia de ácidos grasos saturados, expresando mayores niveles de triglicéridos y colesterol LDL en plasma, en contraste con lo hallado en sus conciudadanos más religiosos.

Subtítulo: Cómo influye la fe en el bienestar psíquico y la satisfacción vital

Destacado: Una praxis clínica que toma en consideración la espiritualidad del paciente es más eficaz, más ética y más humana

También en mormones y adventistas se ha encontrado una menor incidencia de mortalidad respecto de cánceres asociados al consumo de tabaco y alcohol. Sin duda, estos grupos religiosos motivan el consumo moderado individual, potencian hábitos saludables, facilitan las vivencias sociales que ahogan preocupaciones y sentimientos negativos y generan pensamientos positivos no estresantes. Además, hay que subrayar también la eficacia de la práctica religiosa en la recuperación de adicciones. En fin, la práctica religiosa fomenta la práctica de estilos de vida saludables, pudiendo promover el acceso a una óptima atención sanitaria. En el ámbito de la salud mental, las prácticas religiosas tienen un efecto amortiguador del estrés que sufre una persona. Así, pues, los sentimientos de bienestar, optimismo, esperanza, satisfacción vital y autoestima se relacionan con la práctica religiosa habitual.

Por otra parte, en numerosos estudios se ha constatado el impacto positivo de la creencia y la práctica religiosas para aminorar el estrés y la depresión. En este sentido, se ha encontrado una correlación inversa entre religiosidad y suicidio. De hecho, en personas longevas se ha podido comprobar que un elevado nivel de religiosidad incrementa notoriamente su autoestima y potencia también el efecto ansiolítico. Asimismo, la creencia religiosa proporciona un significado y un sentido a la vida (¡que no es poco!). Y, además, llevar una vida activa y comprometida socialmente que realizan muchas personas religiosas, como el voluntariado, las ayuda también a mantener un eficaz funcionamiento cognitivo.

Son muchas las hipótesis que se manejan para interpretar estos datos. Tal vez, la fe facilitaría la posibilidad de conectar con otras personas o grupos afines, disfrutando entonces del apoyo social y emocional que, sin duda, amortigua el estrés y atenúa los efectos fisiológicos perniciosos asociados al envejecimiento patológico. Probablemente, la fe estimula la felicidad y ya sabemos que este sentimiento se relaciona con un efecto protector del sistema inmune con una disminución del riesgo de enfermedad. Quizá la fe establece una estructura mental muy resistente y una habilidad eficaz para afrontar los conflictos, el estrés y los traumas de la vida.

Y tal vez, la fe proporcione al individuo un plus de optimismo y esperanza frente al futuro, permitiendo que las situaciones generadoras de dolor y malestar puedan tolerarse mejor. Las creencias religiosas cobran, por lo tanto, un significado importante dentro de la evaluación clínica. El Real Colegio de Médicos y Cirujanos de Canadá, por ejemplo, al igual que otras sociedades médicas y psicoterapéuticas, considera importante contemplar la dimensión espiritual en la vida de los pacientes, siendo proclives en muchos casos a remitirlos a ministros religiosos. La vivencia religiosa tan persistente en todas las culturas del mundo aleja al ser humano de ese horizonte oscuro y turbulento, tal vez penumbroso, que existe en muchas personas, convirtiendo su vida ahuecada y engolada en notas abisales, en un permanente sinsentido. Sin duda, una praxis clínica que toma en consideración la espiritualidad del paciente es más eficaz, más ética y más humana, especialmente en las personas de edad avanzada o en los pacientes que se encuentran en la antesala del final de su vida.

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