Son tan malos que los matan
Después de arreglar lo de la vivienda, como cada semana, pasó Yélamo a la fase final de su programa en La Sexta Noche. Tema único, la ejecución pública de Charlie Kirk. Al muerto y al asesino, omnipresentes por elisión, ni se les nombró. La tensión extrema a la que el trumpismo somete a la sociedad americana fue el foco incandescente que tuvo atrapados a los contertulios, chamuscándoles las alas.
El zócalo del discurso, el fundamento implícito de la unanimidad compacta de las intervenciones, lo no dicho por sobreentendido, venía a ser que son tan malos que los matan. Quedaba así neutralizada la chocante paradoja de que el malo era el muerto; y el asesino, si no el bueno, venía al menos "del lado bueno de la historia". Resuelto satisfactoriamente el caso, sin más gasto, pasaban a debatir en buena conciencia sobre la inminencia de "una guerra civil" en Estados Unidos.
Al cierre del programa, antes de mandar a la audiencia a la cama con el miedo en el cuerpo, puso Yélamo ojinos de curita posconciliar, juntó las manos con unción y cuando ya creías que iba a poner a su auditorio en manos del Altísimo, se contuvo y lo dejó en manos de un santo intermediario: "Ayer hablé con el maestro, Iñaqui Gabilondo; y sí, lo encontré pesimista". Zapatero a Gabilondo: "Nos conviene que haya tensión. Voy a empezar a dramatizar. Nos conviene muchísimo". Eso era en el año de gracia de 2008; Yélamo, que debía de ser entonces un niño de pecho, cerró el programa recomendándonos esperar el apocalipsis leyendo "Mamaria". Pues venga.
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