De la reputación al morro: la política y su responsabilidad
Antes, para ser alcalde, incluso de barrio, concejal u ocupar cualquier cargo público, se necesitaba respeto y prestigio local. Hoy, basta con tener mucho morro.
En tiempos pasados, ocupar un cargo público, implicaba ser una persona reconocida, respetada y valorada por su comunidad. La política y la gestión pública eran espacios donde la trayectoria, la honestidad y la reputación contaban más que la visibilidad o el activismo mediático.
Hoy, la situación ha cambiado. Muchas veces basta con tener cara de cartón, desparpajo e iniciativa para acceder a un cargo, pero esto no debería confundirse con autoridad o legitimidad. Ganar un puesto público no es un premio ni un reflejo de influencia; es asumir una enorme responsabilidad. Cuanto mayor es el cargo, mayor es el compromiso adquirido: servir, no servirse. Tomar decisiones, gestionar recursos y responder ante la comunidad. No vale luego culpar a otros o escudarse tras excusas después de haber cobrado por una responsabilidad propia.
Aceptar un cargo público implica dedicación, ética y un compromiso firme con quienes se representan. La verdadera autoridad proviene de la capacidad de servir, escuchar y tomar decisiones responsables. Algún día, quizá, ese compromiso será implícito y universalmente reconocido, y la política volverá a ser un ejercicio de servicio, no un escaparate de visibilidad.
El poder real se mide en servicio, no en apariencia.
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