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Palestina no es San Mateo

21 de Septiembre del 2025 - Jesús Rodríguez Sendarrubias (Langreo)

Quizá desde fuera, con la distancia del mapa y del tiempo, todo parezca distinto. Pero yo, que leo cada día la prensa asturiana con el café de la mañana, confieso que no me siento nada orgulloso de encontrarme siempre los mismos tópicos: la escenificación continua de boicots a eventos, la intromisión en la vida civil, la interrupción de actos culturales con banderas de Palestina al más puro estilo emocional. Ahora le ha tocado el turno a las fiestas de San Mateo, con imágenes propalestinas proyectadas en la Catedral de Oviedo.

No me malinterpreten: no tengo nada contra la protesta. He militado en colectivos de izquierdas en mi juventud y sé lo que es salir a la calle. Pero hay algo en esta reiteración de gestos que me huele a ritual vacío, a postureo importado, más que a conciencia real. Y lo que más me inquieta es que, aunque parezca que todo esto venga del polvorín de Oriente Medio, en realidad dice mucho más de nosotros que de Palestina.

La mayoría de los asturianos apenas conocemos Palestina: nos separa de ella un abismo cultural, ideológico, religioso. Israel, en cambio, por incómodo que resulte decirlo, nos es mucho más próximo. Somos -nos guste o no- un país de tradición católica, y eso es incuestionable. Nuestra cercanía con Israel no es solo confesional; es también geopolítica y estratégica. En Israel reconocemos, aunque sea de forma inconsciente, un muro de contención, un baluarte que protege a Europa Occidental, nos guste o no.

Esto no lo digo desde la militancia en el centro derecha ni desde ninguna ortodoxia partidaria. Lo digo como alguien que, aun considerándose progresista, se ha tomado la molestia de leer. Cuando tenía 20 años, en las asambleas universitarias, me callaba. Intuía que aquel discurso sobre Palestina -tan vehemente, tan monocorde- me olía mal, pero no me atrevía a decirlo. Ahora, con 40, no tengo por qué callarme.

Y no soy un hereje por decirlo. Como recuerda Norman Finkelstein, hijo de supervivientes del Holocausto y crítico feroz de Israel, "no se construye la verdad a base de lemas sino de hechos" (The Holocaust Industry). O como advierte Moshé Machover, fundador de Matzpen, la izquierda antisionista israelí, "el conflicto no se resolverá por la espontaneidad de la clase trabajadora israelí, sino por una transformación profunda de las estructuras estatales y regionales". Incluso Dahlia Scheindlin, analista política de izquierdas en Tel Aviv, alerta contra "la ilusión de que basta con boicots simbólicos para cambiar una realidad geopolítica compleja" (The Crooked Timber of Democracy in Israel).

Estas voces, que provienen de la izquierda, no de la derecha, desmontan la idea romántica de que basta con proclamar la solidaridad para cambiar Oriente Medio. Leerlas no es una traición: es simplemente intentar entender. Y esa lectura me ha hecho ver que la solidaridad con Palestina no puede reducirse a un acto emocional ni a una proyección de imágenes sobre una catedral. Ni puede convertirse en un tótem de pureza moral que se esgrime para señalar al vecino como cómplice.

Israel es un Estado con contradicciones, con desigualdades, con políticas criticables, sí. Pero también es un actor geopolítico fundamental, un muro que contiene, para bien o para mal, a fuerzas que harían tambalear el proyecto europeo tal como lo conocemos. Quien ignore esto no solo es ingenuo: es irresponsable.

Por eso me inquieta que un sector de la izquierda asturiana, con su buena fe y su vocación de justicia, caiga una y otra vez en el fanatismo de imponer sus posiciones políticas a través de la vida civil en vez de hacerlo en el terreno político, que es donde se dirimen los proyectos de sociedad. No es lo mismo organizar un debate serio en el Parlamento autonómico que interrumpir unas fiestas populares con proyecciones simbólicas. No es lo mismo construir una posición internacional basada en la lectura de los datos, los estudios y la historia que repetir eslóganes heredados sin preguntarnos por sus implicaciones.

En el fondo, toda esta liturgia de banderas y boicots habla menos de Palestina que de nosotros mismos: de nuestra necesidad de sentirnos parte de una causa, de nuestra nostalgia de grandes gestas, de nuestra confusión entre la moral y el espectáculo. Y como en Asturias somos gente orgullosa y de tierra dura, la contradicción salta a la vista: defendemos la tradición, la identidad local, la fiesta, pero al mismo tiempo importamos conflictos lejanos sin entenderlos. El resultado es este: imágenes en la Catedral, titulares llamativos, y al día siguiente, silencio.

No se trata de elegir entre Israel o Palestina como si fueran equipos de fútbol. Se trata de reconocer que el mundo es complejo y que los conflictos no se resuelven con gestos simbólicos desde una plaza europea. Se trata de exigir a nuestra izquierda -a la que sigo perteneciendo en mi ética, si no ya en mi estética- que lea, que piense, que discuta, que se atreva a disentir, que asuma que la solidaridad sin conocimiento se convierte en espectáculo.

Quizá mi tono suene duro. Pero no me avergüenzo: solamente soy un obrero de oficina que escribe. Me siento parte de una tradición que Gramsci llamó "intelectuales orgánicos": gente comprometida con su clase social, con su tierra, pero también con el pensamiento, con la geopolítica, con la realidad. Y la realidad, nos guste o no, es que Israel existe, que su papel en la región es clave, que nuestra cercanía cultural y religiosa es innegable y que nuestras fiestas populares no pueden convertirse en campo de batalla de causas lejanas sin que eso diga mucho más de nosotros que de ellas.

Con 40 años, ya no callo. Y si escribo esto no es para justificar a nadie, sino para invitar a pensar. Para decir que una vez más lamento ver el fanatismo de un sector de la izquierda que confunde protesta con imposición y moral con espectáculo. Y para pedir que, al menos en Asturias, antes de proyectar imágenes sobre una catedral, leamos a Finkelstein, a Machover, a Scheindlin, conversemos, y entendamos de qué hablamos. Quizá entonces, cuando protestemos, lo hagamos no solo con el corazón, sino también con la cabeza.

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