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Pies, para qué os quiero

21 de Septiembre del 2025 - Javier Cortiñas Gonzlalez (Villaviciosa)

Es una buena práctica recordar los orígenes o volver a los orígenes cuando se trata de realizar un análisis de cualquier asunto por mínimo que sea. Por ejemplo, por qué no sobre los pies y sus circunstancias.

Hay que imaginarse cómo, en los tiempos más antiguos, los tatarabuelos de nuestros tatarabuelos dejaron los árboles a los que se agarraban con pies y manos, para no descalabrarse y pasar a correr por aquellos campos de entonces, unas veces delante y otras detrás para no ser comidos o poder comer cuando el hambre apretaba, es decir cuando se trataba de correr más y mejor. Ya no hacía falta tener cuatro manos sino dos ágiles pies, con los que practicar aquello que era más que deporte: poner pies en polvorosa, si se quería sobrevivir en aquellas duras épocas. Así que prohibieron a sus dedos gordos que dejasen de hacer ejercicios malabares para concentrarse solo en caminar y correr. Pronto las tierras africanas les resultaron pequeñas paras sus correrías, lo que les impulsó a viajar y a descubrir nuevos territorios, costumbre que podría considerase como el primer esbozo, como un borrador, de lo que más tarde serían los conocidos viajes del Imserso.

Dejaron los terrenos cálidos de la sabana, para adentrase por tierras desconocidas, difíciles a veces y de climas extremos muchas, con sus desnudos y endurecidos pies; sus únicos elementos de que disponían para desplazarse. Es a partir de entonces, cuando comenzaron a surgir las torceduras, ampollas, callos, durezas, juanetes y sabañones que han sido compañeros inseparables de nuestros pies hasta la actualidad. Tuvieron que resolver estas dificultades agudizando el ingenio, hasta que uno de los Homo sapiens sapiens, un verdadero sapiens, desarrolló, hace unos cuarenta mil años más o menos, algún tipo de calzado primitivo, quizás envolviéndose los pies con pieles de animales, lo que podemos considerar como los supuestos antecesores de nuestro calzado, y además hecho de ante. A partir de entonces, la evolución del calzado ha sido imparable, desarrollándose todo tipo de formas, adaptado a todas las condiciones y circunstancias hasta los tiempos presentes, desde albarcas, sandalias romanas (supuestamente inventadas por el general Marco Valerio Máximo Corvo con el doble propósito de abaratar su producción, al usar menos cuero, y promover la ventilación de los pies de los legionarios durante las marchas, para evitar altercados promovidos por el pestilente efluvio del interior de los barracones de los campamentos. A la que más tarde se añadió otra medida complementaria: la entrega diaria de una cantidad de sal que, entre otros usos, servía para lavarse los pies); mocasines indios, botas, manolos hasta las omnipresentes zapatillas deportivas de hoy día. Pero a pesar de tanto esfuerzo y avance realizado, no debemos olvidar los muchos millones de personas que aún siguen hoy, como nuestros primitivos ancestros, caminando descalzas y no por gusto.

Todo lo anterior viene a cuento para percatarnos, igual que sucede en otros muchos aspectos de nuestra sociedad de bienestar, de que parece se está produciendo un impase o retroceso en nuestra evolución ante la presencia de múltiples evidencias. Como es la de caminar descalzo, cada vez más de moda, alentada por famosillos y famosillas, influencers, celebrities y streamers. Costumbre que empezó a cobrar auge a partir de la primera década de este siglo, como una manera de volver a los orígenes. Aunque sus impulsores no especifican hasta dónde hay que retroceder, si hasta los tiempos en los que nos cubríamos con pelo o hasta la explosión del Cámbrico, cuando apenas éramos un esbozo de gusano vertebrado.

Esta práctica de caminar descalzo se conoce como descalcismo, barefoot walking, o simplemente barefooting, que en inglés queda mucho más fino, dónde va a parar. Una tendencia que surgió como casi todas, por el afán de ser diferentes, de ir contra lo normal, de una búsqueda de identidad, autenticidad y diferenciación. Una manera de sentirse distinto o cuestionar lo establecido. Quizás impulsada por algún iluminado filósofo de pacotilla, que se le ocurrió para disimular así su inexistente o maltrecha economía. Presentándola adornada con aportes de otros filósofos tan eminentes como él. Recurriendo a los atractivos de lo saludable que es el hábito de caminar descalzo, porque permite que se activen los veinte músculos de los pies; que se estimule la circulación de la sangre; que mejore la postura del cuerpo al promover una alineación corporal más natural; que las plantas de los pies entren en contacto directo con el suelo, y así poder apreciar sus diferentes texturas y temperaturas, estimulando de paso el sistema nervioso; además de mejorar el desarrollo cognitivo, lo que da por sentado que la inteligencia comienza por los pies. Además de mejorar el ánimo, el sueño y reducir el estrés. Todo un montón de sorprendentes descubrimientos, increíblemente beneficiosos y accesibles para todo aquel que decida olvidarse del habitual calzado, lo que ya, de por sí solo, supone un ahorro económico importante.

El caso es que cada vez vemos más pies desnudos por calles, plazas, jardines y senderos. Cuando lo habitual era verlos de manera normal en las playas. Pies que se expresan con sus dedos que, en lugar de ir juntos y en camaradería, se mueven como gordos gusanos apuntando a cada una de las direcciones de la rosa de los vientos; una visión inquietante para espíritus sensibles.

Sin embargo, esta iniciativa también comporta sus riesgos de los que se habla poco o casi nada, desde picaduras de avispas -insectos que suelen llevar muy mal que los pise- como las menos probables de escorpiones o víboras. Por no citar las más que posibles pisadas o encuentros en la cuarta fase con alguna de las abundantes tarjetas de visita que deja la innumerable población de mascotas que pulula por nuestros lugares públicos. Sin pasar por alto los riesgos de infecciones bacterianas, pies de atleta, etc.

Sin olvidar posibles lesiones de fascitis plantar, dolores en tendón de Aquiles, fracturas por estrés y riesgos de cortes, golpes o quemaduras. Algo incongruente para quienes a la vez que practican el descalcismo y que probablemente también pertenezcan a la tribu de los antivacunas, porque como dice el refrán: Dios los cría y ellos se juntan, reclaman altos niveles de atención médica a las autoridades sanitarias.

Todo en aras de ser diferentes de la tribu de los demás, e integrarse en otras tribus, que al ser de nuevo todos iguales, les vuelve a querer diferenciarse de nuevo, ingresando en otra tribu diferente y así sucesivamente.

En fin, más de medio mundo suspirando por ir calzado y el resto por irse descalzando.

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