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Una pandemia que sí mata

22 de Septiembre del 2025 - Rufo Costales (Oviedo)

Hace unos días, final de mes, viví la experiencia de compartir una extensa charla con un drogadicto (así se define él) al que prometí escribir en LA NUEVA ESPAÑA sobre su caso, que es el de muchos jóvenes como él, rehenes de las drogas y la desconexión familiar y social.

Pablo (nombre ficticio) yacía en el cajero de una entidad bancaria, tapado con cartones, haciendo guardia para al día siguiente, a primera hora, cobrar una ridícula y bendita paga que celebraría con un desayuno "de ricos".

Luego volvería a su rutina de exterminio personal de mezclar un polvo con agua, llenar cuidadosamente su jeringa con él y frotarse el cuerpo en busca de una vena.

Había topado el "nitazeno", que debido a los diversos aditivos con los que suele estar mezclado, unas pocas caladas podrían ser suficientes para colapsar una vena, imposibilitando la circulación en la zona.

En 2019 ya habían aparecido rastros de una nueva clase de opioides sintéticos en el suministro de drogas que pueden ser hasta diez veces más potentes que el fentanilo y mucho más letales. Pero no fue hasta 2022 que estas nuevas drogas de diseño comenzaron a causar estragos.

"El fentanilo es malo, pero no se acerca a 'zenes' en cuanto a su adicción y la fuerza con la que se adhiere a los receptores opioides". "El netazeno es básicamente el crack de los opioides", pero puede resultar bastante frustrante porque, aunque tiene un efecto más pronunciado, su duración es a menudo muy corta. "Te lo inyectas, dura quizás un minuto, algunos duran unos segundos, otros una hora, como mucho".

Para empeorar las cosas para los adictos, los "zenes" suelen ser tan potentes que no responden como otros opioides a la naloxona, un medicamento que contrarresta una sobredosis de opioides, requiriendo varias dosis para surtir efecto, algo que contribuye en gran medida a su letalidad.

"Si el nitazeno empieza a dominar el mercado, no habrá forma de detener las tasas de mortalidad por sobredosis", afirma con contundencia.

Todo apunta a que los consumidores habituales (EE UU o Europa) adoptarán esta nueva droga como sustituto del fentanilo y la heroína, creando una herida social purulenta que persistirá mientras haya vidas que destruir.

Con este sombrío panorama, Pablo y yo coincidimos en que sería necesaria una medida drástica y, desde el confort de mi cómoda vida, propuse que cuando las autoridades identifiquen a un consumidor de drogas duras, que por su análisis de sangre muestre evidencia de consumo, tendría que ser retirado de la circulación pública e internado automática e indefinidamente en una instalación especial, donde recibiera comida, atención médica y una ración diaria de opio.

Podría recibir visitas, como es habitual en una prisión, pero no salir a la calle. Cualquier mal comportamiento supondría su traslado a una zona de aislamiento donde no tendría el acceso a las drogas. La única forma de salir sería a través del centro de rehabilitación adjunto.

De esta manera, se evita que los drogadictos creen nuevos drogadictos, también se destruye el modelo de negocio de los traficantes de drogas y se detiene la plaga de drogadictos que roban en tiendas, mendigan y duermen a la intemperie en nuestras calles o cajeros (como Pablo).

Siendo una medida aparentemente cruel y triste, sería una alternativa mejor que dejar que los adictos sufran una sobredosis que les retire de la Tierra definitivamente.

Una vez que dejes las drogas, eres libre de irte.

Saludos cordiales

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