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La esperanza: alas para el alma y el cerebro

5 de Octubre del 2025 - José Antonio Flórez Lozano

La esperanza se ha reconocido como uno de los elementos distintivos del "arte de la medicina". La esperanza es algo íntimo, emocional y que cada persona maneja según sus creencias y sus influencias. Hasta hace poco tiempo, la palabra cáncer se asociaba a muerte, miedo, dolor y sufrimiento y el color negro era su bandera. Una palabra que sonaba maldita y nadie quería pronunciar. El impacto emocional de un diagnóstico de cáncer se agrava por la carga de la enfermedad y los efectos secundarios del tratamiento. El cáncer para una persona que acaba de ser diagnosticada significa incertidumbre, una nueva etapa no deseada, muchas dudas e inseguridades. Necesita tiempo para conocer y aceptar la enfermedad y conocer los pasos por los que va a pasar. La esperanza es un mecanismo psicológico potente para manejarse en entornos de incertidumbre, crisis y riesgo. La palabra esperanza está llena de significados valiosos: es sentimiento, actitud y resiliencia. Es esencial la necesidad de tener esperanza, tan poderosa y vital para el paciente y el médico. También hay sufrimiento ante las esperanzas desvanecidas, pero de nuevo la esperanza vuelve a resurgir como el ave Fénix. La esperanza minimiza los pensamientos negativos, lleva a compartir las experiencias con otras personas que están viviendo la misma situación con quienes se fortalecen las relaciones y se evita el aislamiento. El cerebro cambia cuando cultivamos el sentido de la esperanza. Los neurocientíficos han descubierto que esta dimensión favorece el bienestar psicológico al reducir el impacto del estrés y la ansiedad a nivel cerebral. La esperanza es el sistema inmunológico del alma. Al potenciar la esperanza lo hace también nuestra capacidad de pensar positivamente, de construir y concentrarnos. Además, pasa algo muy curioso en la bioquímica de nuestro cerebro porque la esperanza aumenta la cantidad de conexiones neuronales y el intercambio de todos los neurotransmisores. Con la esperanza, se liberan hormonas responsables del placer y la motivación (dopamina y serotonina). Cuando se despierta la esperanza el cortisol (hidrocortisona), ¡desaparece! disminuyendo así la ansiedad y la depresión.

UN MECANISMO DE SUPERVIVENCIA

Las personas estamos biológicamente preparadas para experimentar esperanza. Es un mecanismo de supervivencia. El cerebro siempre va a priorizar el optimismo, la superación o la resiliencia frente al derrotismo. Se ha podido ver a través de resonancias magnéticas cómo cambia el cerebro gracias al entrenamiento para mantener la esperanza. Lo hace generando mayor activación en áreas como la corteza orbitofrontal medial bilateral y reduciendo el nivel de cortisol en sangre. Todo ello se traduce en una mayor motivación y confianza en uno mismo y en el propio futuro. El hijo de Kenzaburo Oe, Nobel de literatura en 1994, se convirtió en uno de los mejores compositores de música clásica del mundo gracias a la esperanza y a la mirada apreciativa de sus padres; operaron a Hikari y el niño sobrevivió con graves secuelas: epilepsia, autismo y problemas importantes de visión y motricidad. No hablaba, no se comunicaba, pero sus padres mantenían la esperanza de que en él había un talento oculto, algo en lo que Hikari podía destacar. La esperanza es vida, un escudo protector frente a las adversidades y el miedo incapacitante.

EL MIEDO Y LA ESPERANZA

La esperanza se ha reconocido como uno de los elementos distintivos del "arte de la medicina"; es algo íntimo, emocional y que cada persona maneja según sus creencias y sus influencias

El miedo y la esperanza conviven y se retroalimentan. Una enferma comenta, cuando hace seis años me diagnosticaron cáncer de ovario con metástasis mi mundo se derrumbó. Las expectativas de vida eran muy limitadas, tenía un hijo de corta edad y hacía apenas dos años que había pasado de los treinta y cinco. Lloré mucho, ríos, mares y océanos de lágrimas. El estrés se hace insoportable; el cambio con uno mismo y con los demás es brutal. El cortisol, la adrenalina y la norepinefrina nos ponen en modo alerta y a la defensiva. Así, nuestra mente será un terreno abonado para el miedo que nos devora y paraliza mentalmente, generando emociones que, como un anochecer frío, sin luna ni estrellas, oscurecen por completo nuestra realidad. Cuando elaboré mi duelo con la enfermedad y saqué la ira, la rabia y el desánimo generado por un diagnostico tan terrible, acepté la muerte como parte de la vida y decidí que ese no era mi momento para morir, decidí que quería vivir. Aprendí a gestionar mis emociones, para que reinaran la paz y la calma, empecé a hacer ejercicio, me rodeé de gente extraordinaria y empecé a amar de verdad, primero a mí misma y después a la vida y a los demás. Aprendí a vivir el presente y nada más. El cáncer desapareció, y seis años después, me siento llena de vida. El cáncer puede ser un viaje arduo, pero es también un camino de esperanza compartida, donde cada paso cuenta y donde la determinación y el amor superan las adversidades. En esta travesía, la esperanza se convierte en un motor poderoso que impulsa la búsqueda de soluciones, la fortaleza para resistir y la certeza de que, incluso en la batalla contra esta enfermedad, la esperanza es un aliado inquebrantable. Para el médico, y para todos nosotros, la esperanza es una tabla de salvación que permite dar un significado más positivo a la vida misma.

LA ESPERANZA ES UN FÁRMACO

La esperanza, nos conduce, nos guía, nos supera y nos alienta. La esperanza puede ser uno de los aspectos terapéuticos más poderosos de la relación médico-paciente. Comprender que la esperanza es una construcción psicológica mensurable, asociada con un mecanismo neurobiológico plausible y beneficios clínicos, debe ayudar a los médicos a priorizar las habilidades requeridas y utilizar la esperanza (como un poderoso fármaco) en todo su potencial y en todos los encuentros clínicos. La esperanza nos da alas para del alma y el cerebro. La falta de esperanza, es el vaciamiento psíquico y, por lo tanto, todos los comportamientos y el funcionamiento mental (entusiasmo, energía, vitalidad, pasión, lenguaje, atención, memoria y concentración), se ven ralentizados. En estas circunstancias, se puede sufrir el efecto «lavadora» de los pensamientos negativos. Cuando repetimos pensamientos negativos de manera rutinaria y automática comenzamos a creerlos. De este modo, podemos generar una depresión grave. Sin embargo, la esperanza es una cuestión de “pensamientos positivos”; algo que nosotros mismos generamos. Un médico, paciente de un gran hospital, asegura que su tabla de salvación fue la esperanza. He de agradecer que mi Fe se vio fortalecida en los momentos más críticos. Afirma este paciente que uno se cree inmortal, pero no es así; los días se acortan, la vida pasa más deprisa y no la saboreamos. La esperanza nos da alas para el alma y el cerebro; sin esperanza, no podemos vivir, la vida se apaga lentamente en un continuo sinvivir. La esperanza tiene que ver con valores espirituales. Hay que estar muy fortalecido permitiéndose llorar, sentir dolor. Después surgen los pensamientos positivos: "vamos a salir adelante; yo estoy contigo, no te dejo solo/a". En medio de la incertidumbre, de la desgracia y de la tormenta emocional, la esperanza surge con toda su fuerza como un fármaco milagroso para fortalecer el alma y el espíritu.

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