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Cuando las máquinas deciden por nosotros, ¿quién quedará para pensar?

23 de Septiembre del 2025 - José Viñas García (OVIEDO)

Nos advierte Jon Hernández, experto en IA: "En dos años, quien no sea fluido en inteligencia artificial estará fuera del mercado laboral". Quizá tenga razón, quizá no. Lo cierto es que el mensaje nos empuja a reciclar nuestro saber y a aprender a aplicar la IA para sobrevivir en el mañana.

Pero, ¿qué clase de mundo se está construyendo? Confieso que yo, a veces, preferiría bajarme. Una inteligencia artificial que lo haga todo por nosotros acabará debilitando nuestra capacidad de pensar, de decidir y de ser. Llegará el momento en que, si la máquina colapsa, nadie sabrá reparar el atasco mental que habremos generado con tanta dependencia.

La clave no está en rechazarla, sino en poner límites. Solo así la IA podrá ser un piloto automático útil, sin convertirse en sustituto de la vida humana. Si no hay control, un simple ataque informático podría paralizar sociedades enteras.

Hoy ya se usa en aviones bajo supervisión, en empresas, en informes médicos y en todo tipo de profesiones; incluso me comentaba una enfermera que psicólogos y pediatras la utilizan para aplicaciones que abarcan desde el diagnóstico, la elaboración de informes y el resumen de historiales clínicos, hasta la monitorización remota de pacientes y la personalización de tratamientos. Si es así, que incluso vigilen enfermedades mentales, sobramos todos dentro de poco.

El desafío no es su capacidad técnica, sino la protección contra el mal uso y contra las mentes perversas que puedan manipularla.

Con control, la IA -no lo dudo- será una herramienta fantástica. Sin control, dejarla decidir todo sería una tremenda irresponsabilidad. Porque además de exponernos a riesgos, atrofiaría algo irremplazable: nuestra capacidad de imaginar, de crear y de darle sentido a lo que hacemos.

A mí no me tocará; espero expectante el mundo por venir, aun sin estar ni querer estar.

Me gusta la convivencia con personas. Ya no comprendo a quien se enamora de un perrito baboso; menos aún lo haré de una máquina tecnológica, aunque puestos, quizá tenga más capacidad de interacción que un animal irracional. Me enamora la inteligencia humana, las emociones, las dudas, los errores, las discusiones, los sentimientos, la sonrisa, la seriedad, los besos, los abrazos, los cumplidos... Eso, un robot, por inteligente que sea, no deja de ser alguien que no actúa por impulsos y emociones, lo hará por archivo.

Creo que se le podría engañar. Lo creo y lo afirmo.

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