Inmigración: solidaridad, sí; ingenuidad, no
Todavía no alcanzo a comprender por qué el Gobierno de Pedro Sánchez no solo permite la entrada de inmigrantes de manera aparentemente ilimitada y con un control insuficiente, sino que además emite discursos y gestos que, en la práctica, funcionan como un efecto llamada. Esa narrativa transmite la idea de que en España cualquiera puede entrar y encontrará alojamiento, manutención y una vida mejor. La realidad, sin embargo, es muy distinta: miles de personas terminan hacinadas en centros de acogida provisionales, a la espera de ser repartidas por el territorio, en una situación de incertidumbre y precariedad que tampoco beneficia a la sociedad receptora.
El problema no es la solidaridad -que debe guiar siempre a un país civilizado-, sino la falta de responsabilidad y de límites claros. La inmigración debe gestionarse con cabeza fría y corazón abierto, no con ingenuidad.
¿Por qué no emigran a países de su misma cultura?
Es legítimo preguntarse por qué muchos inmigrantes no se dirigen a países más cercanos en cultura, idioma o religión. Estados con grandes recursos, como Arabia Saudí, Catar o Emiratos Árabes Unidos, se niegan a acoger refugiados en masa. Ello debería hacernos reflexionar: esos países distinguen bien entre un refugiado real y un migrante económico. Cuando alguien huye de la guerra, suelen hacerlo mujeres, niños y ancianos, mientras que los hombres en edad de luchar suelen quedarse atrás. Hoy, en cambio, la mayoría de quienes llegan son varones jóvenes que dejan a su familia en países en conflicto, lo que genera dudas legítimas sobre la naturaleza de estos flujos.
La inmigración sí, pero la necesaria y siempre controlada:
España debe ser solidaria y cumplir con sus compromisos internacionales, acogiendo a quienes huyen de guerras y persecuciones documentadas. Otra cosa muy distinta es aceptar, sin control, flujos masivos de personas que llegan sin identificación, que arrojan sus documentos al mar y que en muchos casos no cumplen el perfil de refugiado. Esa falta de control es un error que pone en riesgo la cohesión social, la seguridad ciudadana y, a la larga, el propio Estado de Bienestar.
La solidaridad no está reñida con la prudencia. Así como cerramos con llave la puerta de nuestra casa -no por desconfianza hacia todos, sino por sentido común- también un país debe fijar límites, reglas claras y mecanismos de integración que funcionen.
Una cuestión cultural y de valores:
Existe además un desafío cultural que no puede ignorarse. Quienes provienen de sociedades donde la mujer carece de derechos o donde el fanatismo religioso se inculca desde la infancia traen consigo patrones difíciles de reconciliar con una sociedad abierta, igualitaria y democrática como la española. Ignorar este hecho por miedo a parecer inhumanos es, en realidad, una forma de irresponsabilidad política.
Consenso y visión de futuro:
La inmigración es demasiado importante como para ser utilizada como arma arrojadiza entre gobierno y oposición. España necesita un pacto de Estado, con políticas basadas en tres ejes fundamentales:
1. Control riguroso y ordenado de las fronteras.
2. Solidaridad realista, acogiendo refugiados en situaciones claras y documentadas.
3. Integración exigente, basada en derechos, pero también en deberes: educación, empleo y respeto a los valores democráticos.
Reflexión:
Europa se encuentra en un momento decisivo. Grandes imperios a lo largo de la historia cayeron cuando descuidaron su cohesión interna. Si no se gestionan con responsabilidad los flujos migratorios, corremos el riesgo de debilitar nuestras democracias, nuestra seguridad y nuestro Estado de bienestar. Ser solidarios no significa ser ingenuos. La ayuda debe ser firme, pero también responsable y sostenible. Solo así podremos mantener la dignidad de quienes llegan y la seguridad y libertad de quienes ya están aquí.
No se trata de competir por quién es más o menos insolidario, xenófobo o clasista. Se trata de asumir con responsabilidad que una política migratoria no puede decidirse por mayoría simple, sino con visión de Estado. Porque proteger nuestra democracia, nuestras libertades, nuestro bienestar y nuestra seguridad no es un gesto de egoísmo, sino un deber de justicia hacia todos.
Y puestos a ser humanamente perfectos, ¿por qué ir a alta mar a recoger cayucos, dejando un reguero de muertos y un negocio con la pobreza y la inmigración en manos de esos piratas que cobran fortunas a cada persona por embarcarla en un transporte suicida? Mejor sería ir a sus costas y trasladarlos en buques seguros.
Como ven, no se puede usar este tema con ironía, y menos con irresponsabilidad. Europa tiene que buscar una salida a esta situación. Lo de ahora no es nada comparado con lo que vendrá si no se actúa con urgencia. Con estos dirigentes, el desastre está asegurado.
Solo es una reflexión personal, sin ánimo de tener la razón. Un saludo.
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