Barbón y el problema de los Universales
Hace tiempo que asisto con estupefacción a la polémica generada sobre el bable y me parece tan enconada como la que en su día envolvió a los pensadores medievales acerca del problema de los Universales. Ya me gustaría a mí que todo lo que saliera en los medios de comunicación fueran las bondades de Asturias y no su desmadre, pero no queda más remedio que soportar, un día sí y otro también, las noticias de la cruzada emprendida por Barbón para oficializar el pastiche lingüístico que usamos en estas latitudes, que pienso que es como si quisiera rescatar al arameo e imponerlo por su real gana. Ahora bien, quien crea que detrás de los actos del Miterrand del Nalón se esconde una intención ideologizante, ese, digo, yerra de cabo a rabo y está al tanto de la realidad asturiana como la de allá de las Quimbambas. Por aquí nos conocemos todos y sabemos, como el que se sabe el Catón, que esos esfuerzos que la progresía intenta hacer en materia de lenguaje están encaminados a eternizar el "chiringuitismo", crear más viceconsejerias, asegurar el puestín para los amigos y parientes con pedigrí de socialista viejo y aquí me las den todas. El hecho de que el Presidente abra el melón del "surdimientu" cuando le da el aire responde, además, a su idiosincrasia, que lo lleva a preocuparse de lo nimio y la pijada y a figurarse que el Gobierno del Principado es igual que la Alcaldía de Laviana, donde todos los días hay que organizar un desfile folklórico y soltar discursos propios de unos Juegos Florales.
Puestos a pedir, yo querría que, en vez de imitar a Gabriele D'Annuncio y seguir al pie de la letra su manual "hygge" de las pequeñas cosas, el señor Barbón se dedicara a mejorar la gestión fiscal, la situación del campo asturiano, la educación, la sanidad, la cultura... en fin, todo aquello de lo que se tenía que haber ocupado desde que juró su cargo, que lo tiene todo como el que se marchó de casa y dejó el grifo y el gas abiertos y un cigarrillo encendido en el cenicero de la mesita de noche.
Mucho me temo que esta trifulca entre vecinos de escalera en la torre de Babel tendrá más entregas (si no recuerdo mal la controversia de los Universales duró más de doscientos años), pero a mí nunca me verán metido en ella porque soy de los que afirman que las polémicas producen hipertensión y cuando llaman a la puerta la realidad huye por la ventana, a todo meter, y no hay nadie capaz de echarle el lazo.
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