¿La vida podría ser un sueño?
Es un tema que causa sensaciones encontradas. Ayer lo planteamos en familia: unos lo aceptan como temario, otros prefieren cambiar de conversación. La profundidad de la muerte no a todos les parece bien como reflexión y conversación. A mí me encantan los retos, este es uno de ellos. Siempre busco razones y lógica a las cosas. Creo que la gente no teme a la muerte, o sí; le mete más miedo el proceso degenerativo que lleva a ella: el sufrir, el dar que hacer.
Existe mucha gente sola, sufriendo en silencio el abandono de familia, entorno e instituciones. Solas, sin salud, sin memoria, sin medios... esas personas -la gran mayoría mujeres- a nadie importan, tampoco a estas feministas que dicen proteger a las mujeres: puerca sociedad. La muerte, para muchas, sería una liberación. Luego pasan los días protegiendo solo su cargo, solo su influencia, lo que les dé notoriedad y presupuestos. Es mentira que les importen las mujeres y los niños palestinos; solo su notoriedad. Si les importaran, no se embarcarían en barcos solidarios de crucero por el Mediterráneo a sabiendas de que su decisión nada cambia las circunstancias de guerras que siempre existieron en esta humanidad tan superficial y tóxica. Se hubieran quedado aquí, protegiendo esta Europa, esta España, de un proyecto común de paz, solidaridad, bienestar, igualdad y libertad. La Europa que islamizan y pervierten.
Resulta curioso observar el feminismo occidental: durante años han señalado como machistas a los hombres de aquí y, sin embargo, esas mismas voces terminan defendiendo a hombres procedentes de culturas donde la mujer apenas tiene valor. En el fondo, pareciera existir una contradicción entre lo que se critica y lo que se justifica.
Volvamos al temario original:
Nacemos sin pedirlo, vivimos sin comprender del todo por qué, y morimos sin saber qué nos espera. ¿La muerte podría ser un despertar: un regreso a algo más amplio, silencioso, fuera del tiempo y del azar que rige nuestra existencia? Mientras estamos vivos, sentimos, sufrimos, amamos... y creemos que todo importa. Si la muerte fuera el fin, nada de este mundo tendría ningún sentido. Esa es mi reflexión al respecto.
Nuestro cuerpo se transforma: la materia no desaparece, solo cambia de forma. Se convierte en aire, tierra, energía que alimenta nuevas vidas. ¿Pero la conciencia? Ese "yo" que recuerda y siente sigue siendo un misterio que seguro nadie podrá descifrar jamás. Nadie sabe si se despierta con la muerte, si se disuelve para siempre o si continúa de alguna manera que todavía no comprendemos los humanos.
Lo que sí vemos es que la vida es profundamente injusta. Algunos nacen rodeados de hermosura, amor, salud y riqueza; otros llegan al mundo para sufrir desprecio, hambre, enfermedad o una muerte temprana. Ya en niños, ese sentido se vuelve infumable. No es mérito ni culpa de nadie: es azar. Y lo más doloroso es que, a veces, triunfan los egoístas mientras las personas buenas cargan con el sufrimiento. Muchos "hijos de puta" -frase que se puede cambiar para endulzar a estos canallas que mueven el mundo- viven hasta la vejez felices, y gente buena sufre enfermedades, soledad y necesidades desde niños. Todo esto, si no existiera vida compensatoria, sería un absurdo imposible de sustanciar.
El universo funciona con perfección: las estrellas giran, los ríos fluyen, los árboles crecen y cumplen su ciclo. Todo sigue su curso con exactitud. Pero nosotros, los humanos, somos lo único imperfecto de este universo: capaces de ternura y de crueldad, de egoísmos y solidaridad, de bondad y de injusticia. Si hay un creador, parece que nos dio un mundo perfecto para disfrutar, pero nos dejó solos con nuestra imperfección y con el azar que decide quién tiene suerte y quién no. Les pregunto a los teólogos, filósofos y pensadores: ¿es posible tanta perfección en manos de mentes inacabadas? ¿Es posible un mundo donde triunfe la maldad y fracase la bondad sin que exista alguien que haga justicia compensatoria? A mí me sobrepasa esta forma de repartir felicidad y sufrimiento. Así como no comprendo que toleremos un gobierno que compensa y da impunidad a delincuentes, corruptos y prófugos a cambio de poder, y que todos aquellos organismos protectores que reparten justicia no actúen de oficio para echar a estos impresentables. Lo divino ya vemos que aún funciona peor. Pues no dejemos que lo humano, cuando es injusto, triunfe.
Por eso, muchos pensadores han visto en la religión, con sus dogmas, una forma más convincente de hablar del más allá que cualquier argumento científico. La fe propone justicia donde la vida civil no la da: habla de reencarnación, karma, cielo o juicio final. Nadie puede probarlo, pero ofrece cierto sentido a la vida y da consuelo allí donde la razón solo encuentra silencio y oscuridad.
Quizá haya otra vida después de este sueño. Quizá no. Lo que sí sabemos es que estamos vivos ahora, conscientes, sintiendo este instante. Frente al sufrimiento y la injusticia, lo más humano que podemos hacer es no ser indiferentes: cuidar al débil, acompañar al enfermo, compartir con quien nada tiene. No es justicia perfecta, pero es la justicia posible. Y no dejar triunfar a los que pervierten las leyes, la igualdad ante la ley y nuestra democracia. Que es la elección más justa de todas las injustas formas de gobierno.
Las de la flota solidaria les va defender terroristas, el fanatismo y a los que, bajo su régimen de pobreza extrema, la mujer es cero. Ya bajo su régimen de odio y terror morían de hambre niños. Toda guerra es cruel; dejar triunfar a los terroristas por moralidad es claudicar. Es cierto, Israel ya se está pasando, pero los que cometieron aquel atentado del 7 de octubre sabían la contestación. Y tiene razón Netanyahu: cuando volvieron los terroristas con cientos de rehenes, después de matar a miles de inocentes, violar y decapitar niños y mujeres, todos vitoreaban, cantaban y tiraban caramelos escoltando a sangrientos terroristas con mujeres violadas y secuestradas a la vista, exhibiéndolas como trofeo. Esa no es una sociedad sana. Está invadida por el odio y el rencor. Viven para exterminar al único pueblo democrático y que respeta formas y mujeres como los países occidentales. La única democracia del entorno. Tan imperfecta como la nuestra. Pero no, la Colau, Podemos, Sumar y el sanchismo prefieren el aplauso de los terroristas, no solo de Hamás, sino de todos los que les apoyan.
Israel y cualquier Estado está obligado a ir a rescatar a su gente y castigar a los que hicieron esa masacre y carnicería. Desde el principio lo dejó claro Israel, entreguen los rehenes y los cabecillas de Hamas, para parar la injusta desproporción de esta guerra. Solo lo iguala la maldad de quien defiende y protegernos a esos terroristas.
El mundo no puede ser feliz sin justicia, el poder no puede funcionar con puritanismo, menos quienes en su país pactan también con quienes homenajean a asesinos de compañeros de partido como Fernando Múgica, Fernando Buesa, Juan María Jáuregui o Ernest Lluch... o pisotean la igualdad ante la ley y la separación de poderes. De éstos, lecciones pocas.
Y aun así, la reflexión más dura persiste: este mundo, tan perfecto en su armonía natural, ha dejado la imperfección y la injusticia en nosotros. Algunos viven con salud, amor y riqueza mientras otros sufren sin consuelo. Que existan personas malas triunfando y buenas sufriendo nos recuerda que la suerte no es justa, y que la única vida que tenemos a veces parece un castigo para quienes menos lo merecen.
La vida es breve, intensa y dolorosa. La muerte puede ser un despertar silencioso. Mientras estemos despiertos, lo único que podemos hacer es vivir con dignidad, bondad y conciencia, y aceptar que, aunque el mundo sea perfecto en sí mismo, nosotros somos los únicos imperfectos. Esa es nuestra tarea: no empeorar la injusticia, no perder la humanidad y aprovechar cada instante de este sueño que llamamos vida para dejar nuestra impronta de rebeldía contra toda injusticia humana y también divina.
Ayudar al débil, enfermo, anciano, indefenso... y ser solidarios, no debe ser un acto para sacarle partido personal o electoral, debe ser una opción obligada por todos. Claro, para aquellos que dicen que después de la muerte solo hay olvido, y ven que la justicia humana se corrompe y permite gobiernos indecentes de este calibre, para que ser buenos, mejor ser un sinvergüenza, todo para nosotros. Sin justicia divina y humana nada tiene sentido. Por eso pienso, que hay otro mundo, no sé como será, pero debe compensar los excesos y precariedades de esta vida a la que nadie pidió venir.
Gracias por aguantar este largo alegato. Un abrazo a toda la gente de bien.
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