Thomas Pynchon y el rey de la comedia
Siento decir que los artículos aparecidos estos días en la prensa acerca de la figura de Thomas Pynchon, muy oportunos, hagiográficos y entusiastas, se me hicieron bola en el estómago. Eso mismo me pasó con las obras de este autor, que leí con esfuerzo cuando iba de snob y posmoderno por la vida. Que no seré yo quien le niegue su lugar en el sol de los escritores, ¡ojo!, aunque considere desaforado el situarlo a la altura de todo un Melville por muchos galardones que haya ido acumulando en su larga trayectoria y por muchas voces autorizadas que lo hayan jaleado, incluida la del canónico Harold Bloom.
El señor Pynchon, amigo de irse por los cerros de Úbeda cargando con su bagaje de referencias a la cultura pop, de personajes inverosímiles, de vuelos lisérgicos y humor bizarro, lleva décadas encarnando el declive literario norteamericano. Pienso que mejor hubiera dedicado su talento a rubricar una novela redonda, en lugar de estirar la broma del escritor fantasma hasta el hartazgo.
Algunos apuntan la posibilidad de que gane el Nobel en el mes que se nos viene encima. De ser así, bien podría enviar a otro comediante a recogerlo, como ocurrió cuando en 1974 le otorgaron el National Book Award. Y fantaseando, que de momento no está penado por la ley, me sale un nombre: Pedro Sánchez, que para estas cosas siempre está dispuesto y es el indiscutible rey de la comedia y del disparate.
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