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Al este del Edén: tres tardes en Palacio de Meres

3 de Octubre del 2025 - Ramón Alonso Nieda (Fuentes-Parres (Arriondas))

El 23, 24 y 25 del pasado septiembre, asistimos en el Palacio de Meres a las III Jornadas sobre la belleza, con subtítulo "Locus amoenus - La belleza del jardín". El conferenciante, Dr. Jorge Fernández Sangrador, vicario episcopal de Cultura, nos guio, en un itinerario deslumbrante, no solo por los jardines históricos, nos introdujo también en los jardines domésticos de personajes que, en la cumbre del éxito, sintieron la necesidad de poseer un "locus amoenus" personal para ejercer de jardineros. Ejemplos vivos de que "el paraíso", sinónimo de jardín, es el otro nombre de la felicidad. Tal el caso de Byung-Chul Han, filósofo jardinero nacido en Seúl, profesor en Berlín, que busca casa en España. "Él sabrá en qué jardín se mete" (las sabias lecciones del vicario episcopal no estuvieron exentas de toques de humor).

El conferenciante, pródigo en documentación visual, suministró con parsimonia la teórica, ciñéndose tal vez al objetivo propuesto -"enseñar a mirar"-; o ateniéndose tal vez a la pauta de "Intelligentibus pauca", que no deja de ser una cortesía con el auditorio. En efecto, si el jardín está anclado en la tradición judeocristiana desde el primer capítulo (Génesis), sin pasar por alto el episodio de la Resurrección en que la Magdalena toma a Jesús por jardinero; si además es tema recurrente en la literatura profana -el jardín, tan carnal, de Melibea y el místico de San Juan de la Cruz- y si hasta la filosofía, que se la presume árida, tiene el suyo -el Jardín de Epicuro- no hace falta ser un lince para entender que el jardín es un "topos" privilegiado para entender la naturaleza, la del mundo y la humana. Añadiríamos la divina si no sonara a presunción y casi a blasfemia. La cosa se atenúa si lo dejamos en la relación de Dios con la creación, que cada primavera renace y florece, transfigurando en jardines las cunetas que nos acompañan en nuestra condición de "homo viator".

Solo en la tercera conferencia dejó caer D. Jorge que la belleza "es uno de los trascendentales". Sin entrar en dibujos con Platón, de si la belleza es el resplandor de la verdad, si se identifica con el bien o si tiene identidad propia. Algunos colegas de gremio sienten que Kant nos deja con dos palmos de narices cuando concluye que lo bello es "sin concepto" ("ohne Begriff). Kant es moderno, ya no piensa en latín, piensa en alemán: Beriff, de be-greifen, asir, tener entre las manos. Lo bello no se deja aprehender ni comprender. Al contrario, nos acoge, y hasta nos sobrecoge cuando lo bello alcanza lo sublime, si además de los ojos le abrimos el alma. Volviendo a nuestro asunto, el jardín y el sentido de la existencia: ¿Qué significa esta querencia, al parecer universal, de jardín y de jardinear? ¿"No me buscarías si no me hubieras encontrado"? ¿Expulsados del paraíso o destinados a él? Jardín paraíso, luminoso objeto del deseo, que desesperadamente querríamos "terrenal".

La Capilla Musical Palacio de Meres, la Schola Cantorum de la Catedral de Oviedo y Cantus Asturicum no acompañaron las conferencias como un ornato. Palabra, música y canto recorrían y exploraban para nosotros el mismo camino, persiguiendo idéntico objetivo: ayudarnos a entrever y sentir la pulsión de eternidad que late en el arte y en lo bello. "Como la flor que el aire lleva / que el fríu seca / que el sol marchita...". La paradoja de que en el lamento lírico de la pérdida perdura la cosa perdida. Las rosas de Ronsard - "Cueillez dès aujourd'hui les roses de la vie"- ¿no son inmarcesibles en sus versos? "Stat rosa pristina nomine".

Cerró sus disertaciones el conferenciante invitándonos a mirar y a embebernos de la hermosura del "Locus amoenus" del que estábamos siendo afortunados huéspedes. Un conjunto palaciego felizmente asentado sobre un tapiz espléndido de prados y pomaradas. Hasta cierto punto, se cumple aquí el criterio de Felipe II para el Escorial: un palacio para Dios, un convento para el Rey. La iglesia, de un barroco suntuoso, preservado de las devastaciones del 34 y del 36, tiene un protagonismo manifiesto. En los nobles corredores y estancias interiores, alberga el palacio un valioso patrimonio museístico -pintura, fotografía, escultura y mobiliario- creado y decantado a lo largo de dos siglos por una familia de artistas.

En el exterior, allí mismo en el costado norte, planta sus reales un robledal fabuloso. Frente a la fachada sur se despliega el paisaje, de este a poniente, en pautadas ondas sucesivas, hasta los confines donde, defendiendo el territorio de que se lo robe el cielo, se planta el Aramo con su brochazo rotundo de macizo azul. El paisaje no es solo color y relieve. Del otro lado del robledal nos llega el traqueteo de un tren antiguo. Podría ser el que se lleva la Cordera al matadero, o a Pinín, "carne de cañón", a las guerras de Cuba o de Marruecos. O "¿Será pin de Rosa?", indiano con suerte, que vuelve fortunado, trajeado de blanco, con sombrero de jipijapa.

Se acababa la tercera tarde, la noche se nos venía encima pisándonos los talones. Hora de partir; en el recuerdo, los veranos de Florencia, el regreso al norte, en el alma la nostalgia de no quedarse, jardinero, en cualquiera de aquellas villas recostadas entre olivos, alloros y buganvillas en el flanco de Fiésole (cualquiera podía ser la del Decamerone). En "Memorias de Adriano", de regreso a Roma en su último viaje, se aflige el emperador de pasar de largo a la vera de pequeñas islas en las que le gustaría quedarse para siempre.

Tres tardes de gracia para no olvidar, gracias a la propiedad que, en vez de retener lo bello, abre las puertas de su "domus aurea" para compartirlo. "Bonum, diffusivum sui".

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