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Flotillas solidarias, entre la buena intención y la frivolidad

5 de Octubre del 2025 - José Viñas García (Oviedo)

Las llamadas flotillas solidarias, organizadas con la intención de llevar ayuda humanitaria o de visibilizar causas políticas en zonas de conflicto, generan siempre un debate intenso. Si bien parten de un impulso noble, lo cierto es que sus protagonistas no siempre transmiten la seriedad que la situación merece.

En los últimos días, los propios participantes han compartido en redes sociales vídeos y fotografías donde predominan los gestos festivos, desenfadados, casi como si se tratara de un crucero vacacional. Esa imagen, que quizá busque transmitir alegría y esperanza, provoca en muchos observadores el efecto contrario: se percibe una frivolización del sufrimiento ajeno. Hay algo obsceno en celebrar el viaje mientras, en el destino final, la realidad está marcada por el bloqueo, la violencia o las carencias extremas. Hazlo sin escaparate; de lo contrario, comprende ese rechazo a convertir una causa noble en un jolgorio de escaparate, un desfile de barbies que distrae más que ayuda.

Otro punto crucial: cuando se emprenden acciones de este calibre, que implican a sociedades enteras y ponen al mundo en alerta, los organizadores deben dejar muy claro que están con las víctimas, con los inocentes, y no con los terroristas que los gobiernan, manipulan o encubren. De lo contrario, corren el riesgo de dar alas y legitimidad a los grupos violentos que dominan esas zonas. Las guerras siempre tienen un principio: cuidado con ir dándoles leña y motivos irresponsablemente, pues incluso los gestos simbólicos pueden ser utilizados como propaganda por unos y como amenaza por otros.

La solidaridad, cuando se convierte en espectáculo, corre el riesgo de transformarse en un acto de exhibicionismo más que en una verdadera ayuda. El activismo necesita convicción y compromiso, pero también madurez y prudencia. De lo contrario, los relatos que se construyen alrededor de estas iniciativas acaban sonando más a cuentos diseñados para seducir a jóvenes deslumbrados que a discursos adultos, capaces de enfrentarse a la complejidad del mundo.

Conviene recordar, además, que acciones de este tipo, al implicar buques, banderas e incidentes diplomáticos, no se limitan a un gesto personal. Pueden arrastrar a gobiernos enteros a situaciones de tensión, alimentar la propaganda de una u otra parte y, en definitiva, empeorar lo ya presente. La línea entre el activismo ciudadano y la responsabilidad política es muy fina cuando se opera en escenarios de guerra o bloqueo internacional.

Por ello, los riesgos derivados de impulsos imprudentes o de iniciativas movidas más por la emoción que por la reflexión deberían asumirse a título individual, sin comprometer a Estados ni a instituciones que después deben lidiar con las consecuencias. La solidaridad auténtica exige empatía, sí, pero también sensatez. No se trata solo de sentir: se trata de pensar, de actuar con responsabilidad y de no olvidar que lo verdaderamente importante son las víctimas, no el escaparate del viaje.

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