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A vueltas con el ahorro energético

28 de Febrero del 2011 - Francisco Domínguez Menéndez (Avilés)

Lo que es la vida, de repente y por sorpresa una fiebre democratizadora recorre el norte de África y las consecuencias son saludables, no solamente para estos países, si es que todo acaba y continúa bien, sino para el resto de la humanidad, más para esos países energéticamente depredadores, que además y como consecuencia primera se va a ver favorecida por una sensibilidad ciudadana proclive al ahorro energético y lo que supone de beneficio inmediato para el medio ambiente, capa de ozono y nuestro precario sistema respiratorio.

La solución pasa, según el ministro Miguel Sebastián, por reducir la velocidad en autovías a 110 Km/h. Recordemos que este mismo ministro fue el que parió, como gran proyecto de reducción energética, cambiar las lámparas de incandescencia por las de bajo consumo. A esto se reduce toda la contribución del Ministerio de Industria por la salud del medio ambiente, de nuestros bolsillos y de las arcas del Estado, a lo largo y ancho de siete años al frente del desarrollo energético e industrial de este país llamado España. Pobre, muy pobre esta aportación.

No voy a entrar en los cálculos de lo que supone energéticamente una reducción de 10 Km/h en la velocidad máxima permitida por autovías, ni qué gasto energético, cuantificable económicamente, supone cambiar el nuevo guarismo en las señales de tráfico, pero sí quiero llamar la atención sobre algunas realidades físicas o, por ser más precisos, tecnológicas que pueden aclararnos cómo esta medida es el chocolate del loro con respecto a otras que debieran haberse tomado antes. Ahí van algunas reflexiones.

Si tenemos en cuenta que un automóvil sólo aprovecha un tercio de la energía que transforma, fácilmente llegamos a la conclusión de que, en realidad, los coches y, en general, todos los medios de transporte que consumen combustibles fósiles son una fuente inagotable de malgasto energético, pero así y todo, dada la gran dependencia que la humanidad tiene de este vehículo, se podría optimizar su uso. ¿Cómo? Por ejemplo habiendo terminado hace años la Autovía del Cantábrico, esa vía que se comió, sin productividad alguna, en grandes atascos veraniegos, calorías suficientes como para hacer rentable cualquier prospección petrolífera.

Si de verdad queremos ahorrar energía, lo tenemos muy fácil, sólo hay que volver a la carta de ajuste y restringir, de alguna manera, la señal nocturna de internet, pero a esto, supongo, no estarán dispuestas a contribuir las TV privadas.

Otra forma de favorecer el ahorro energético es la inversión en infraestructuras y, sobre todo, en plazas de aparcamiento subterráneo en los perímetros poblacionales para hacer efectiva la prohibición de circular por el centro de las ciudades. Pero todo esto, como dejé expresado anteriormente, debería haberse planificado cuando al señor Sebastián se le encendió la lámpara de bajo consumo, ahora y con la que está cayendo, es tarde. Una vez más, la improvisación que nos caracteriza obligará a parchear una situación que nos asfixia desde siempre.

Tampoco olvidemos que una fuga energética importante de combustibles fluidos es el masivo transporte de mercancías por carretera, productos que podrían llegar a sus puntos de destino por vía ferroviaria, medio de transporte que no tira del consumo petrolífero. Claro que, esta solución, puede mandar al paro a muchas familias y no es cuestión de tomar tal decisión con la que está cayendo.

Y mientras esto ocurre, el poniente, a seguir contribuyendo con su fiscalidad y mensualidad a engordar la cartera de las renovables, mientras, las centrales nucleares duermen el sueño de los justos. Hoy, sin ir más allá, oí decir a un tertuliano muy informado y, seguramente, versado en cálculos matemáticos de productividad energética que las centrales nucleares no son rentables porque su cierre, es decir, su enterramiento, cuesta más que los beneficios tarifarios ocasionados durante su vida productiva. Y se quedó tan pancho. Qué le vamos a hacer, el nuestro es un país de listos.

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