László Krasznahor... ¿qué?
Como ya hace años que viene sucediendo, el jurado del Nobel de Literatura ha vuelto a salirse por peteneras y, descolocando a los que apostaban por los tapados, ha tenido a bien otorgar el premio al favorito de todas las quinielas: un escritor marginal (y me refiero a que se encuentra al margen del gran público, que sé que tiene sus laureles), conocido solo en su ámbito doméstico, en los círculos académicos y en los magazines culturales. Los húngaros, por supuesto, dan palmas con las orejas. Y no es para menos. Desde la gesta de Imre Kertész no habían vuelto a celebrar un éxito semejante.
Hace tiempo que estoy intentando echarle el diente a su "Tango Satánico", pero soy incapaz de franquear las primeras páginas. Por lo que dicen los suecos, me pierdo una obra convincente y visionaria que, en medio del terror apocalíptico, reafirma el poder del arte. No sé ustedes, pero yo ya estoy harto de horrores apocalípticos y creo que no hay mejor forma de admirar el poder del arte que bucear en las historias de, por ejemplo, Eduardo Mendoza. Patrio, ameno y alejado de la sofisticación. Un clásico.
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