El negocio de la inseguridad
Después de casi cuatro años estudiando Publicidad y Relaciones Públicas, mi obsesión por la imagen ha crecido exponencialmente. Es lo que pasa cuando cursas una carrera en la que desde el primer día aprendes que un producto no se vende igual si lo muestra una chica delgada o una gorda.
Aún hoy, millones de marcas siguen basando gran parte de su comunicación en hacer sentir mal a las mujeres con su cuerpo. Lo esconden detrás de eslóganes aparentemente positivos como "cuida tu bienestar" o "mejora tu autoestima", pero, en realidad, son maneras sutiles de convertir las inseguridades de las personas en negocio.
No puede ser que los publicistas se cuelguen medallas por haber incluido a una persona no normativa en un anuncio, como si fueran benévolos con el 99% de la población que no se parece a una supermodelo. La inclusión no debería ser reconocida como un acto de valentía, progresista y humanitario, sino como la expresión natural de la diversidad que somos.
Desde el principio se nos ha dicho que nosotros, la nueva generación de publicistas, tenemos la capacidad de cambiar el sector desde dentro, de mejorarlo. Todo eso es muy bonito en la teoría, pero la realidad es mucho más compleja: la publicidad es un reflejo de la sociedad. Y es esa sociedad, con todos sus prejuicios y superficialidades, la que marca las reglas del juego.
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