Un granito de arena
Como voy a referirme al mundo taurino, «a puerta gayola» inicio esta carta, que es cuando el torero, de rodillas y con el capote tendido por delante, espera ante el corral la salida del toro.
Estas líneas (que ignoro si llegarán a publicarse) intentan animar al alcalde de Oviedo para que impulse una feria de San Mateo. Y paso a contar una anécdota.
Recuerdo a cierto paisano que, en mi infancia, venía a ver la retransmisión de una corrida de toros en la tele del bar de mi abuelo materno, después de que mi abuela le diera una voz: «Daniel». «Abajo», contestaba él desde donde estaba en la aldea situada algo más arriba en el monte. Estamos en Langreo, pero no diré el nombre del pueblo donde residía mi querido y recordado Daniel para que no se ofendan quienes, a lo mejor, ni les interesa lo que voy contando ni tampoco el arte de la lidia, con una gran tradición en España, por cierto.
En aquella época, el panadero venía por los pueblos cercanos a la carretera en un caballo con banastos construidos con duelas de madera de castaño, y en los banastos traía los panes. Era... «el panaderu». Años después ya llegaba en un potente Land Rover. Y Daniel debía de ser que el aspecto del caballo «del panaderu» le recordaba la protección o peto que hoy en día cubre al caballo en la primera de las suertes que hay durante una corrida, esa protección que empezó a usarse en los equinos en la «suerte del picador», por cierto y según internet, poco antes de la década de 1930 del siglo pasado. La cosa era que, si en la embestida del toro hacia el caballo con peto este terminaba tumbado en la arena de la plaza por la inercia del astado, con el consiguiente revolcón del maestro picador, Daniel, ante lo que veía en la pantalla del televisor y en el bar-tienda de mi abuelo, solía alzar la voz y exclamar: «¡Meca! Tiraron al panaderu».
Es sabido que quienes hoy se autodefinen «animalistas» vienen, se me permitirá decir y nunca mejor dicho, «bien armados de cuernos», pero, en mi humilde opinión, creo que serían más las personas que verían bien una feria taurina en Oviedo durante las fiestas de San Mateo que las que no. Sin contar, desde luego, con lo que ello supondría de ingresos extra para ciertos establecimientos de la ciudad.
Que estas pocas líneas, termino y aprovecho para decir, sirvan de homenaje a toda aquella gente que antes vivía en los pueblos. Muchos de aquellos paisanos de por aquí eran mineros que combinaban su trabajo en la mina con las labores en la aldea, como segar y trabajar la tierra. Y que gracias al televisor que había en un bar cercano podían ver una corrida de toros donde se genera esa fiesta de la tauromaquia.
Para rematar la faena quiero advertir que muchos de quienes vienen ahora a vivir en los pueblos observo que solo llegan para la folganza. Aunque otras personas también dicen que somos «ricos». Ricos, sí..., en trabajo.
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