España apesta a corrupción
Que España apesta a corrupción es un axioma, una realidad con la que tenemos que enfrentarnos todos los días. Y cada día que pasa no sólo es una pérdida para la esperanza del hoy, sino una ganancia para el pesimismo del mañana.
Son tantos los desechos dejados por aquellos que se aprovechan del poder que les da su cargo o de los que gozan de una situación privilegiada; tantos los que manejan como propio el dinero del Estado, es decir, el de todos los españoles; tantos los funcionarios supeditados a intereses deshonestos y tantos los que interpretan y manejan las leyes según les convenga que el olor desprendido por todos ellos resulta nauseabundo.
Son tantos los comisionistas, los tiranos del consumismo, los especialistas en desfalcos, los especuladores en Bolsa, los políticos compinchados con «amiguetes» poderosos, los banqueros que al llorar su «pobreza» son alimentados con el dinero de los contribuyentes que el ambiente lo han convertido en irrespirable.
Son tantos los provocadores soterrados de desasosiegos, tantos los que sólo funcionan a base de «titulares», tantos los que consideran que prevaricar es un mandamiento y tantos los que han hecho de la corrupción una virtud que su hedor ha logrado ya asfixiar a los ciudadanos.
Todos ellos, y algunos más, han convertido a España en un podrido estercolero lleno de gusanos permutados en «Faisanes», «Gurteles», «Mercasevillas» o «ERES». Un largo etcétera de casos que no deja libre a ninguna comunidad autónoma.
Las gentes de bien necesitaríamos, con urgencia, un gran «ventilador» que funcionara a destajo y a toda potencia para que sus vientos huracanados purificaran el ambiente y alejaran de nuestra sociedad tanta corrupción y porquería. Pero son muchos los que carecen de escrúpulos, vergüenza y honor. Demasiados los que hacen del poder su vida. Excesivos los que se enriquecen con el empobrecimiento de ciudadanos inocentes.
A todos ellos, nada de lo imaginado les interesaría.
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