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El grito silencioso

3 de Marzo del 2011 - Anabel Llamas Palacios

Ha sucedido hace tan sólo unos días, pero pocos medios de comunicación se han hecho eco de la noticia. Acaba de fallecer el conocido doctor Bernard Nathanson, líder, durante los años sesenta, del arrollador movimiento proabortista en Estados Unidos, y más conocido aún por haberse arrepentido de sus prácticas (él mismo afirmó haber sido responsable de cerca de 75.000 abortos), tras estudiar el comportamiento del feto en el vientre de la madre.

El doctor Nathanson nació en Canadá, hijo de un renombrado ginecólogo de origen judío no practicante. Estudió en la Universidad de McGill, en Montreal, y al terminar pasó a colaborar con el Hospital de Mujeres de Nueva York, donde entró en contacto con la realidad del aborto clandestino. En su autobiografía, «La mano de Dios», cuenta cómo en los primeros años de la década de los setenta proliferaban en Estados Unidos las clínicas abortistas, donde se empezaba a explotar el aborto como un negocio al que acudían mujeres desesperadas. Muchas de estas clínicas carecían de una plantilla cualificada o de medidas higiénicas básicas. Al joven doctor le impresionaron profundamente las historias de tantas mujeres (la mayoría inmigrantes de bajos ingresos), que sufrían graves daños a causa de los abortos ilegales que se les habían practicado. Pero lo que realmente fue definitivo para Nathanson fue conocer personalmente a Larry Lader. Este médico era un activo luchador por la causa del aborto libre y al alcance de todas las economías del país. Para ello, había creado Naral, una de las asociaciones proabortistas más importantes de los Estados Unidos, de la que Bernard Nathanson llegó a ser consejero médico.

Subtítulo: En la muerte de Bernard Nathanson, proabortista norteamericano arrepentido

Destacado:Tras su experiencia son los ultrasonidos reconoció que el feto era una vida humana que debía ser protegida por encima de todo

En el año 1971, Nathanson se implicó más activamente en la práctica de abortos, haciéndose cargo de una clínica abortiva en la que desarrolló una intensa actividad, donde no sólo practicaba y ordenaba cientos de miles de abortos, sino que, además, se dedicó a impartir conferencias sobre el aborto alrededor del mundo.

Un año más tarde, exhausto, decidió hacerse cargo del departamento de obstetricia de un nuevo hospital, el St. Luke’s, donde coincidió con la llegada de nuevas tecnologías, como el ultrasonido. Fue precisamente ahí, al tener la posibilidad de observar atentamente el corazón de un feto, cuando honestamente se preguntó a sí mismo: «¿Qué es lo que hemos estado haciendo en la clínica?».

A partir de ahí comenzó un periplo que no fue digerido por igual para todo el mundo. El doctor Bernard Nathanson, infatigable abortista, en un auténtico ejercicio de humildad como se han visto pocos, se retractó de todo lo que hasta aquel momento había realizado en el ámbito del aborto. Escribió un artículo en la revista «The New England Journal of Medicine» sobre su experiencia con los ultrasonidos, reconociendo que el feto era una vida humana que debía ser protegida por encima de todo. Las reacciones ante semejante escándalo, proviniendo de semejante personalidad, no se hicieron esperar. El doctor y su familia llegaron a sufrir amenazas de muerte, pero él nunca dio marcha atrás: «Había llegado a la conclusión de que jamás había razón alguna para abortar: el aborto es un crimen».

En el año 1984 le pidió a un colega suyo, que practicaba unos quince o veinte abortos al día, que le hiciera el favor de grabar, con un aparato de ultrasonidos sobre el vientre de la madre, el proceso del aborto de un feto. Después, al ver juntos las cintas, las imágenes eran tan impactantes que su amigo nunca jamás volvió a realizar un aborto. El pequeño bebé, retorciéndose en medio de un intenso dolor, abría la boca en un grito silencioso. Esas impactantes y durísimas imágenes fueron utilizadas por Nathanson para realizar su primer documental, «El grito silencioso», que dio la vuelta al mundo.

El doctor Nathanson dedicó el resto de su vida a deshacer el camino que había andado y a defender el derecho a la vida de los niños en el vientre de sus madres. En el año 1996, recibía el bautismo en la fe católica, en la catedral de San Patricio de Nueva York.

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