Nueva feria de discretos
Asistí a un evento consistente en juntarse allí unas empresas y unos agentes sociales, con mesnadas de trabajadores precarios, cesantes y parados de larga duración en toda su crudeza cromática. Se nos dio una bienvenida un tanto acre -a demanda de la propia naturaleza del asunto, a saber, la siempre canular inserción laboral- a nosotros todos sentados como un ejército vencido de las muchas luchas fratricidas que se libran hoy día en multitud de frentes, entre miríadas de bandos, como reatas dóciles a las consignas emanadas de teóricos posmodernos de la guerra, porque el pensamiento de vanguardia ha venido a abolir las "narrativas", pero no que los hombres se acaben unos a otros.
Antes de recibir la gallofa cumbre de la jornada -toma de contacto con una treintena larga de empresas de varios sectores-, la nueva clerecía para esta España no menos barroca que la de Olivares proyectó una sombra de sospecha acerca de nuestra hipotética actitud hacia los expositores -muy agradables todos, se vería después; como heraldos de un mundo utópico-, y se nos instó a no quedarnos parados, dicho con ese deje de hastiazgo materno para con quien no se hace carrera de nada, pero, en este caso, sin la pila de peso que carga consigo quien así procede para mantener un hogar construido entre estrecheces ásperas, sino desde tribuna para paniaguados que forman un tejido cuyo PIB y cuentas auditadas o, meramente, estimadas a ojo de buen cubero, brillan por su sustracción a los ciudadanos.
Basta ya de pedir expiaciones a los desempleados o precarios, si somos culpables de algo, tendremos todo el derecho del mundo, al igual que quien se dedica a detraer dinero público para "dar desarrollo" a los principios constitucionales. Hay que acabar con esta lacra española, occidental, o lo que sea; la del "metatrabajo", la de orillar a los demás a aceptar ofertas, procesos, cursos de utilidad incierta... industria auxiliar, a la postre, de una metástasis económica que nos devora desde hace décadas.
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