Cuando la justicia se vuelve herramienta de poder
La igualdad ante la ley no admite hipocresías. Cuando veo a presentadores, actores, cantantes o políticos echarse las manos a la cabeza por el caso del novio de Ayuso -como si eso la implicara directamente, incluso antes de que fueran pareja oficial-, no puedo evitar pensar en la hipocresía de algunos de ellos. Muchos han defraudado o intentado hacerlo con un descaro que avergüenza, y algunos incluso llegaron a acuerdos con Hacienda para salir indemnes. En ese plantel hay de todo, incluso eméritos. Tenemos deportistas, entrenadores y futbolistas que hasta caen bien cuando llegan a acuerdo con Fiscalía y Hacienda por haber defraudado o intentado defraudar. Es cierto, en política no solo debe aparentarse ser honrado, hay que serlo.
Nos llenamos la boca de patriotismo, pero la verdad es que la mayoría pagamos porque la ley nos obliga. Precisamente por eso, la ley no puede ser condescendiente con nadie: hacerlo sería pisotear un derecho fundamental, la igualdad de todos ante la ley.
De esa petición de dimisión de Ayuso, basada en lo que presuntamente hizo su novio antes de serlo, deriva ahora la imputación del fiscal general del Estado por presunta revelación de secretos. Y, sin embargo, quienes piden su cabeza no se aplican el mismo criterio a sí mismos, aunque tengan imputada a su mujer, a su hermano, a su mano derecha, a la mano derecha de este, a su fiscal general y a cargos tan relevantes como los dos últimos secretarios de organización.
La perversión es suprema. Un gobierno que concede impunidad a corruptos, delincuentes y fugados para aferrarse al poder no puede exigir dimisiones a nadie sin dimitir primero en bloque. Solo así podría empezarse a corregir esta degradación jurídica e institucional que erosiona, día a día, la credibilidad de nuestra democracia.
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