El derecho a no sindicarse
Una concejala de un partido político de color azul -que gobierna el séptimo Ayuntamiento más grande de los setenta y ocho que hay en Asturias- me negó, sin ningún reparo, el derecho a no sindicarme.
Por eso escribo estas líneas. No para criticar a ningún partido ni a ningún sindicato en concreto, sino para expresar una preocupación mucho más profunda: la libertad de no sindicarse está siendo ignorada en España, no solo por políticos de la misma sensibilidad que los sindicatos mayoritarios, sino por representantes de todas las ideologías que hoy gobiernan los consistorios asturianos.
Cuando se habla de libertad sindical, suele pensarse solo en el derecho a afiliarse. Pero la libertad real implica también el derecho a no hacerlo, a mantenerse al margen de sindicatos sin sufrir presiones ni consecuencias por ello. La verdadera libertad incluye poder ejercer la negociación individual sin verse forzado a integrarse en estructuras colectivas que, ya sea por convicción, experiencia o desconfianza, no quieres apoyar ni formar parte de ellas. Porque tan legítimo es organizarse colectivamente como decidir no delegar tu voz propia en nadie.
En España, los sindicatos recibieron en 2024 más de 300 millones de euros en subvenciones procedentes del Presupuesto público; es decir, de los impuestos de todos, también de quienes han decidido no sindicarse. Esta realidad plantea una contradicción jurídica evidente: si la afiliación sindical es voluntaria, ¿es constitucional obligar a todos los ciudadanos a sostener económicamente a los sindicatos? En definitiva, ¿puede un derecho transformarse en una obligación colectiva?
Un sindicalismo verdaderamente fuerte debería sostenerse en el respaldo libre y convencido de sus afiliados, no en privilegios garantizados por el erario público. Defender el derecho a no sindicarse no significa oponerse al sindicalismo, sino exigir igualdad de trato para todas las organizaciones: que sean voluntarias, que se financien con los recursos de sus miembros y que ganen su legitimidad mediante la confianza y la convicción, no mediante los sobornos de los gobernantes de turno.
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