A propósito de los burros
Sucedió a primera hora de la mañana que, mientras regaba los geranios de la terraza, escuché un rebuzno. Llegó de algún predio rústico de la lejanía con sonoridad de campanario, como un quejío. No solo no se ha extinguido el burro, cosa que yo ya daba por sentada, sino que lo mismo se le puede ver recorriendo las calles de Huelva con una bufanda del Betis que ramoneando por los solares de la España vaciada. También pide sus subvenciones como todo hijo de vecino, el burro, que aunque le sobren pelos no tiene uno de tonto y su mala reputación, con la que viene cargando desde los tiempos del rey que rabió, es cuento y leyenda negra. El caso es que la Diputación de Zamora ha concedido una ayuda de casi 43.000 euros para que no desaparezca el carácter asnal tan propio, digo, tan español. No hay gremio que más se lo merezca que el de los burros, por los palos de que han sido objeto y molienda, muchas veces de forma gratuita, a lo largo de los años, por su callada contribución a la prosperidad del país y porque han inspirado a pintores, escultores, prosistas, poetas, músicos y añorantes de lo bucólico. Poco abultada resulta la cuantía si pensamos en el abuso que los políticos de hogaño siguen haciendo del hermano asno. Plagian sus roznidos descaradamente y los emplean en mítines, anuncios, testimonios y aseveraciones, en plazas, juzgados y sedes parlamentarias, no dejando ninguna de las 200 modalidades catalogadas por los expertos sin replicar, convencidos de que el denso trepidar de un rebuzno cala mejor en el oído del prójimo y sirve de acompañamiento a la música de la gramola sanchista. De todos modos es una buena noticia para quienes todavía tenemos el corazón en el terruño, recordamos al Burrito Pegacoces, recitamos a escondidas los versos juanramonianos y pensamos que, como dice Pascual Rovira, "el burro es un animal muy filosófico, matemático y físico". Yo pondría el acento en que es más necesario que nunca porque, tal como pinta el panorama, estamos destinados a subirnos de nuevo a su lomo para transitar las trochas de la España que anuncia la ruina y usar su quijada para cantar las penas.
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