La verdadera cara de la mentira política
La historia de la humanidad va unida a la búsqueda incesante de la verdad, de los hechos ciertos. Pero la verdad es esquiva y caprichosa, tanto como los argumentos que la sustentan. Nace y se desarrolla en la misma atmósfera que la mentira, su hermana siamesa. La una debe su existencia a la otra y ambas son, en cierta manera, ilusorias a la vez que una percepción de los sentidos -también de las tripas-, que tiene origen en los innumerables aspectos derivados de las interrelaciones humanas. En el universo político, donde todo está mediatizado por el argumentario electoralista, intentar descomponer las moléculas del pensamiento crítico en átomos de verdad y de mentira puede resultar tan estéril como contar uno a uno los garbanzos que se echan al puchero, tan utópico y retórico como pretender la locura de tomar los cielos por asalto. En un mundo en constante fabulación política, querer discernir entre verdad y mentira cuando todo cuanto nos rodea se describe en clave partidaria a menudo conduce hacia la melancolía.
La verdad política, en tanto que construcción subjetiva humana y herramienta de poder -así define Nietzsche la verdad a secas-, no es inmutable y tiene tantas caras como necesidades reclaman la demoscopia y la corrección discursiva. Por tanto, resulta comprensible la verdad circunstancial que, a posteriori, en virtud de ciertos objetivos ideológicos y/o ambición política, muta en cambio de opinión, para el autor, y mentira flagrante, según criterio opositor. Es lo que podríamos llamar riesgos del discurso estratégico a corto plazo. Por otro lado, la mentira política tiene como objetivo la manipulación ofensiva en beneficio propio, desprovisto el ciudadano de toda cualidad intelectual, convertido en consumidor de una especie de detritus argumental que, en no pocas ocasiones, trata de alimentar la visceralidad emocional e irracional.
Tratemos ahora de discernir, con la subjetividad que ello implica, la verdadera naturaleza de la mentira política: cuando Pedro Sánchez dice que no va a pactar con Bildu para luego verse sometido a la dictadura de la aritmética parlamentaria y, por tanto, obligado a desandar el camino emprendido, cae en riesgo discursivo estratégico con la finalidad de obtener rédito electoral. Cuando Núñez Feijóo dice que el fatídico día de la dana estuvo en todo momento informado por Mazón y ahora sabemos que el presidente de la Comunidad Valenciana se pone en contacto con el presidente de su partido a las 21.27 horas, se descubre la mentira política sin paliativos, con un objetivo manipulador claro y una ofensa indescriptible para el pueblo valenciano.
Como todo en la vida es mensurable, también la mentira está sujeta a tal comparación física. Desde la mentira piadosa a aquella con efectos trágicos hay un largo recorrido de importancia variable. La gravedad de la mentira se mide por sus consecuencias y es patrimonio del evaluador externo, receptor de la noticia, discernir los intereses más o menos ocultos y la calidad del engaño. De ahí la importancia que tiene la prensa comprometida con la información veraz antes que partidaria, cuestión esta puesta en entredicho demasiado a menudo. Con relativa frecuencia, al cuarto poder, controlador de los flujos de información, se le cuestiona el exceso de celo proteccionista sobre su color editorial o ideológico. En el imaginario social, toma cuerpo de veracidad el hecho de que ciertos medios anteponen la causa partidista a la lealtad debida al consumidor de información, moldeando, incluso deformando, la realidad según interesa a la causa. En las subvenciones políticas a los medios afines, a través de la propaganda institucional, encontramos parte de la explicación.
Se miente con un descaro ofensivo cuando la tribu del plano interplanetario -porque es de suponer que ese concepto descabellado de la planitud terrestre alcanza a todo el sistema planetario- expone la sinrazón de su fraude, o cuando se cuestiona, mediante certezas acientíficas, el poder preventivo de la ciencia calumniado por la paranoia irracional. Discursos delirantes sobre planes ocultos para exterminar a toda la población mundial se abren paso en este mercado del disparate. Pero la mentira más grave, por las consecuencias destructivas para la existencia de las generaciones futuras, es aquella que niega el cambio climático. Este hecho, que perjudica a la humanidad en su conjunto, debería quedar fuera de la lucha política, pero la obsesión enfermiza de la radicalidad ciega ve ideología donde solo hay criterio científico.
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