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Les perres de los curas

22 de Marzo del 2011 - Ramón Alonso Nieda (Arriondas)

«Todavía hay demasiado oro, demasiada plata, demasiada ruido de dinero en torno al altar», afirma don José Luis Martínez en su artículo «Riqueza», en LA NUEVA ESPAÑA del 26-02-2011. Dejemos para más tarde el oro y la plata, que son palabras mayores, y empecemos por la calderilla, que es más manejable. Efectivamente, hay ruido de dinero en torno al altar. Por la sencilla razón de que los billetes no hacen ruido y en la bandeja de la colecta sólo caen monedas, que ésas sí que suenan. ¿Demasiado dinero esas monedas? Pues que el reverendo Martínez les dé la receta a sus colegas para pagar la luz, reparar les goteres, rozar las ortigas alrededor de la iglesia.

Se deja propina o no se deja, pero una peseta no se da ni a un pobre, decían mis padres hace más de medio siglo, cuando con una peseta te sobraba para un café y casi te alcanzaba para un bocadillo. «Dejai una güena propina, fiya, has de ser siempre arrogante»; esto se lo oí a Pepón el de Gijón, al salir de un transbordador cerca de Amsterdam. Qué pasa con la sociedad asturiana, tan atractiva, generosa y simpática en tantos aspectos, y tan cobarde y vergonzosamente mezquina con la Iglesia. Para cualquier tontería abre aquí la gente más la mano que para ayudar a esta institución con la que, sin embargo, cuentan masivamente para bautizar a sus hijos, para casar a sus jóvenes y para enterrar a sus muertos. La única institución con la que, en último término, sabe que pude contar incondicionalmente. No soy practicante: nuestros hijos, ya mocitos, no tienen hecha la comunión; poco trabajo damos, pues, al clero. Sin embargo, no una, cuatro cruces pondría en la casilla de la Iglesia si con ello detrajera mis impuestos de los extravagantes e hirientes despilfarros del Estado.

El otoño pasado me encontré con un cura, antiguo amigo; además de la gravedad con que nos cargan los años, había sufrido el hombre las crueles cornadas de la enfermedad; lo que no le impide atender las catorce parroquias de Cabrales y dos en Cantabria; es decir, desde el Ortiguero a la Hermida. Y cuántos como él... casi todos los de zona rural. Curas de Bernanos, párrocos de cincuenta aldeas, pastores de cien soledades y mil desolaciones en un mundo ayer todavía vivo y activo (con niños, con fiestas y casi con porvenir), y hoy los restos de un naufragio, lo que queda de un brutal desguace. Nadie pensará un día en ellos para un «Príncipe de Asturias»; más se merecen que esas vanidades.

Gano 800 euros y me alcanzan, no me quejo. No es ésta la declaración de un militante clandestino; es de un arcipreste con un montón de parroquias. ¿Vivir como un cura? Y por qué no vivir como un liberado sindical, o como un prejubilado de la banca o de Hunosa o de Ensidesa, o como un alcalde, o como un diputado de la Xunta? Todos juntos multiplican el clero de la diócesis por mil, y por más de dos mil lo que nos cuestan. ¿Y los servicios que nos prestan? A mí, menos que los curas. ¿Y a usted? ¿A cuento de qué esta prolongada hipocresía anticlerical, cuando el que no sabe que cualquier concejal a sueldo gana el doble que un obispo es porque no le da la gana?

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