Veo, veo...
Las últimas veces (la última ayer), no reparé en que el sendero hacia el mirador y las casamatas en la parte alta del acantilado había sido limpiado de abundante maleza. (¡Por fin!).
Desvié mi itinerario y crucé la carretera y el trozo de prado en la parte baja para acercarme. La curiosidad me podía.
Husmeé el comienzo de la subida y vi que el desbroce había sido amplio, además de intenso. Sin duda, un buen trabajo. Pero esto se apreciaba de lejos, y otros detalles eran la razón que me había hecho acercarme hasta allí.
Las hojas de los restos de zarzas segadas todavía estaban verdes. Y, aunque son algo coriáceas, no había asomo alguno de tonos marrones en ellas. Tampoco en las partes verdes y punzantes de las pequeñas ramas de los tojos, acamados en las orillas de la senda.
Determiné como fecha probable del trabajo (sin mucha seguridad en ello) que podría haber sido hacia la última semana de octubre; alguno de los últimos cinco días del mes anterior.
Asocié también a esa hipótesis de la fecha aproximada un detalle de carácter social y religioso, pero, casi con seguridad, influyente: la inminente proximidad del Día de los Difuntos. Y la ubicación del cementerio del pueblo, que está justo debajo de la senda y perfectamente a la vista de dolientes y circunstantes en esa jornada. Residentes, vecinos del pueblo o de los alrededores, desplazados de otros lugares y con raíces familiares aquí, transeúntes...
Pero, aparte de esto anterior, los hechos parecían dar como resultado que, al menos en una ocasión (y quizá más), había pasado por el lugar absolutamente abstraído; dentro de mí mismo y mis pensamientos, o quizá con la atención visual fijada en otra parte del paisaje.
Así que no existió para mí aquel cambio en la realidad más cercana al lugar de paseo, porque mi conciencia no lo había advertido, fueran las razones mentales o visuales.
Continuamente estamos en la creencia de que somos conscientes de todo. O de casi todo. Y que poquísimos detalles de la realidad en la que nos encontramos son capaces de escapar a nuestra perspicacia, nuestro cuidado... o sagaz atención.
Sin darnos cuenta de estar totalmente convencidos de ello, creamos nuestra propia realidad, pensando que es esa, y solo la nuestra, la única existente.
Pero a menudo la vida nos obliga a la humildad y nos recuerda nuestras frágiles limitaciones.
Nos aporta pequeñas pruebas ocasionales, en la vastedad infinita de ramificaciones de sus posibilidades. Nos presenta de manera incuestionable sus fehacientes demostraciones. De aquellas situaciones que, aun nosotros "estando", fuimos incapaces de advertir.
Y con esas réplicas consigue hacerlas aparecer, que se muestren para nosotros.
A pesar del estrecho haz iluminado, de esa modesta linterna que nuestra mente es capaz de alumbrar en la realidad.
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