El espejismo de la seguridad: La (tardía) desarticulación del "Tren de Aragua" en España
La noticia de la detención de trece presuntos miembros del "Tren de Aragua" en España, si bien es un éxito policial que merece reconocimiento, no debe servir como un bálsamo tranquilizador, sino como una severa advertencia sobre las fallas estructurales en nuestra seguridad fronteriza y la gestión de la inmigración.
El hecho de que una banda criminal de esta magnitud y brutalidad, conocida por su expansión descontrolada en Latinoamérica, haya logrado "asentarse plenamente" -en palabras de las propias autoridades- y distribuir células en hasta cinco provincias (Barcelona, Madrid, Gerona, La Coruña, Valencia) antes de ser desmantelada, plantea serios interrogantes sobre los mecanismos de detección temprana del Estado.
Durante meses, si no años, las autoridades han observado cómo esta "multinacional del crimen" aterrorizaba países hermanos en el continente americano. ¿Qué protocolos fallaron para que su llegada a territorio español no fuera interceptada en el momento cero, sino solo cuando ya habían establecido una infraestructura logística dedicada a la extorsión, el secuestro y el tráfico de drogas?
La gravedad de los cargos -asesinatos, extorsiones, tráfico de seres humanos- demuestra que estos individuos no venían a "buscar una vida mejor", sino a exportar un modelo de terror que ha desestabilizado naciones enteras. La presunta presencia del hermano del líder mundial, alias "Niño Guerrero", es la prueba palmaria de que la intención era establecer una franquicia europea de la banda.
La operación, aunque necesaria y aplaudida, no oculta la realidad de que España se ha convertido, por defecto o por negligencia, en una puerta de entrada para organizaciones criminales que aprovechan la permeabilidad de nuestras fronteras y un sistema de control migratorio que, a menudo, prioriza la ideología sobre la seguridad nacional.
No basta con la "colaboración internacional" a posteriori. Se necesita una voluntad política "realista y desprovista de prejuicios" para gestionar responsablemente quién entra en nuestro país. La desarticulación de esta célula es un síntoma, no la cura. El desafío del crimen organizado transnacional exige una política de Estado más proactiva, menos reactiva y, sobre todo, que garantice que nuestra seguridad no sea el eslabón débil de Europa.
La sociedad española demanda eficacia y contundencia, no solo comunicados de prensa exitosos tras años de supuesta inacción. La amenaza es real y sistémica, y requiere respuestas que estén a la altura.
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