Pasamos la vida despidiéndonos y no nos damos cuenta
Hoy mi escrito va de despedidas.
El otro día al ver reflejada mi imagen en el espejo, vi a alguien que se parecía a mí hace muchos años, aquellos en los cuales no era consciente de nada, no me valoraba y mi percepción era la valoración que hacían otras personas hacia mi persona.
Siempre fui la menos agraciada de la familia, mi madre era muy guapa, mi hermana también, se parecía mucho a nuestra madre, y yo era la pequeña "fea" que siempre estaba haciendo trastadas; cuando no me sentían se encendían las alarmas... ¿Qué estará haciendo?
Fui el terror en la escuela, y la líder entre mis compañeros y compañeras de pupitre.
Cuando iba a clases particulares por la tarde también dejé huella.
Cuando fui al colegio de monjas para aprender a bordar, había tres hermanas que siempre se disputaban mi presencia, las tres querían tenerme en su sala, recuerdo que fui pasando por salas distintas, comencé con la hermana Carmen, después estuve con la hermana Presentación y por último con la hermana Eugenia. Yo les contaba historias que ocurrían o habían ocurrido en mi pueblo, ellas se reían mucho conmigo.
También era la que traía al cura de la parroquia de cabeza, tan pronto me bebía el vino de la sacristía como tocaba las campanas a muerto en la iglesia.
En la academia de Oviedo donde fui de jovencita a estudiar secretariado, tanto a los profesores como a las profesoras, siempre tuve la virtud de dejarles asombrados con mis ocurrencias. Eran clases mixtas y tengo que reconocer que era ponerme de pie y ya todos se partían de risa.
También recuerdo cuando dos sobrinas mías siendo pequeñas me preguntaron:
-¿Tu por qué te maquillas? Mamá no lo hace...
-Es que mamá es guapa y no necesita hacerlo, yo me decoro para parecerlo.
Tengo tantas anécdotas de esos tiempos que daría para escribir más de un libro. Con decir que a mi madre la traía loca con mis ocurrencias (no todas buenas) y cuando me case decía que la casa estaba vacía sin mí.
Con esto que he expuesto a modo de entradilla, como dice el refrán: la suerte de la fea la guapa la desea.
Retomando el hilo, a mis 71 primaveras y mucho antes de cumplirlas soy plenamente consciente de que tenía y sigo teniendo algo especial, llámese luz, carisma, simpatía... pero, igual que los demás. Todos tenemos nuestra personalidad, nuestras luces y sombras, bondad y maldad, somos el bien y el mal, cada uno decide si siembra armonía o siembra el caos.
Por eso cuando veo mi imagen reflejada en el espejo quizás mis ojos no brillen como antes porque han derramado muchas lágrimas, la mayoría de tristeza pero también alguna vez de alegría.
Cuando veo mis manos arrugadas; ellas fueron consuelo, caricia, también amenaza y así seguirán aunque no estén con la lozanía de antaño.
Cuando veo mi pelo canoso; me encanta, la vida pasa, de la primavera pasamos al invierno, pero lucir canas es un orgullo, estoy viva y da personalidad.
Cuando veo mi rostro con arrugas; cada una de ellas es el surco que dejan las experiencias vividas, tanto las buenas como las malas ahí quedan marcadas.
Cuando veo que mi cuerpo se deja llevar por la ley de la gravedad, recuerdo que también cayó el Imperio romano pero Roma sigue en pie.
Soy optimista por naturaleza pero también soy realista, entonces decido ver el vaso medio lleno siempre, eso y mi punto de locura me ayudan a vivir.
El invierno de mi vida está a la vuelta de la esquina y he tomado la decisión de vivir en paz, no quiero peleas ni confrontaciones que no llevan a ningún lado.
Quien quiera estar en mi vida que esté, y quien se quiera ir que se vaya.
En estos momentos necesito paz, tranquilidad, reír, disfrutar de los pequeños momentos, vivir el aquí y ahora, no perder ningún tren, bastantes he perdido a lo largo de mi vida; seguir siendo yo misma, dueña de mis decisiones, aprender de los errores.
Tan solo pido prórrogas a la vida para seguir estando al lado del motor de mi vida, porque en estos tiempos convulsos que estamos viviendo todos lo tenemos difícil, pero las personas con DC mucho más.
Sí, me estoy despidiendo de quien fui, pero reivindicando quien soy; una mujer mayor actualizada, empoderada, con las ideas más claras que nunca. No necesito la aprobación de nadie para ser yo misma, con criterio propio, por lo tanto no me dejo influenciar por nada ni por nadie.
Perdono por mi paz mental pero no olvido, de hacerlo dejaría la puerta abierta a volver a repetir historias pasadas.
Ah, soy mayor pero mientras mi nivel cognitivo esté en plenas facultades no permito que nadie se dirija a mí con condescendencia, no soporto la amabilidad fingida o forzada. Nadie es más que nadie por muy superior que se crea.
Ser mayor es un lujo que muchas personas no pueden disfrutar.
Hay que cuidar mente y cuerpo y pasar por la vida dejando la huella que otros pisarán.
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