La verdadera riqueza ya no yace bajo tierra
Durante décadas, la economía de este gran valle minero se midió en toneladas de carbón y en el poder de sus multinacionales. Hoy, ese paisaje ha cambiado. La verdadera riqueza ya no yace bajo tierra, sino en cada esquina, en la tenaz voluntad del pequeño comercio. Este nuevo tejido económico, sustentado por los autónomos y las pymes, es el motor que, con su valentía, inyecta vida y futuro. Estos negocios son los principales motores que, con su valentía y buen hacer, inyectan vitalidad y crecimiento, y, sobre todo, crean puestos de trabajo.
En este nuevo modelo económico basado en la proximidad y el servicio se demuestra que la verdadera riqueza reside en la capacidad de un pueblo. La innovación y el esfuerzo individual son tan valiosos para el futuro como lo fueron las grandes empresas, y representan la raíz de un destino diferente. Por ello, es imperativo que las administraciones públicas apoyen activamente cualquier iniciativa que estos tengan sin importar su color.
Alguien se pregunta en este sistema fiscalizado si se produce más de lo que se gasta en las Cuencas, o si mientras las ayudas o los subsidios llegan, poco nos preocupamos. Tenemos un problema grave de distinciones y de uso torticiero de lenguaje: no es lo mismo trabajar que producir, no es lo mismo dedicar tiempo a una actividad que resolver. Unos pocos están condenados a producir, si no la ruina y la quiebra llamarán pronto a su puerta. Estos condenados a los resultados tienen su propio ecosistema, entre los que abundan los autónomos, la otra cara de la moneda de los trabajadores no indefinidos ni funcionarios de este país. Ser autónomo no es una vocación, es una manera, en muchos casos, de poder trabajar cuando no hay otra opción.
Esos mismos son los que no quieren ni la izquierda ni la derecha, salvo sus votos, que nunca vienen mal. De esto se acuerdan los gobiernos cuando los necesitan, no cuando ellos necesitan a la Administración que con tanto esfuerzo ayudan a sostener.
Recuperarse del cierre de grandes empresas puede costar años. La separación de las pymes y los autónomos tiene consecuencias negativas en comunidades que dependen de estos. Gran parte de la economía española se sostiene en gran medida gracias a la pequeña y mediana empresa, por eso son tan fundamentales para el funcionamiento de la economía y actúan como motor para el crecimiento económico.
Las minas generaron mucho poder y riqueza, pero eso es agua pasada, ahora debemos mirar hacia el horizonte. España mira siempre hacia adelante, con unos recursos económicos y naturales sin precedentes: esos recursos son los agricultores, los ganaderos y la gente que trabaja en el mar. Para todos ellos debe haber ayudas fiscales imperativamente.
No debemos perder de vista que el coronavirus devastó a las pymes y autónomos. Algunos bares, cafeterías, tiendas de toda índole se vieron abocados al cierre, a la depresión, y las pérdidas fueron millonarias.
Sin embargo, en cada crisis reside una lección fundamental: la resiliencia no es una opción, sino el motor de nuestra supervivencia. La verdadera prosperidad de España no se mide por el tamaño de sus multinacionales, sino por la fortaleza de cada pequeño negocio que levanta la persiana.
El futuro se construye con visión de Estado y apoyo real a quienes siembran la riqueza en su tierra: el agricultor, el ganadero, el pescador y el autónomo. Es un deber colectivo proteger a las raíces si queremos disfrutar de sus frutos.
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