La crucifixión de Juan del Val
Hace tiempo hojeé un libro de este autor en la sección cultural de un centro comercial. Tras leer los primeros párrafos, decidí que ni me interesaba la historia, ni me gustaba el estilo.
Pero respeto a las personas que compran y leen las obras de Juan del Val. Mi aplauso para ellos y no para quienes leen únicamente los carteles informativos de las autovías.
Por ello no entendí en absoluto la polémica orquestada en torno al reciente premio "Planeta" otorgado a este señor. Vivimos en un país de extremos: o somos muy burros, o nos pasamos de intelectuales.
No es novedoso que el "Planeta" se concede últimamente a libros de los que la editorial, con toda legitimidad, confía en obtener ganancias a partir de grandes tiradas. Es un premio convocado por una entidad privada que puede hacer con su dinero lo que quiera y publicar lo que estime oportuno o lucrativo, faltaría más.
Pero, claro, Juan del Val se autodefine como polémico, y probablemente lo sea, incluso en ocasiones puede pecar de voceras. Esto no gusta a mucha gente acostumbrada a los halagos y no a las críticas. Por eso aguardaban con impaciencia el momento idóneo para lanzarse contra el televisivo escritor y arrojarle miles de dardos envenenados antes de crucificarlo en el Gólgota de lo literariamente correcto.
Dentro de este grupo de lumbreras que aprovechan cualquier visita a la taza del baño para leer a James Joyce o a Marcel Proust encontramos algunos ejemplos de notable pedantería dentro de la escena de las letras nacionales.
Pero, al igual que las galernas que vienen y se van, esta tempestad de indignación y rechinar de dientes frente al éxito del madrileño de raíces jienenses ha pasado de largo, volviendo las aguas a su cauce habitual, los tontos a su casa o a su madriguera y Juan del Val a vender libros, mal que les pese a aquellos.
Hasta el próximo "Planeta".
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