¿Reconciliación?
¿Puede llamarse reconciliación a una amnistía exigida, redactada y aprobada por los mismos que se benefician de ella? No. Es la negación misma del Estado de derecho.
Una amnistía así no une: fractura. No repara: humilla. Destruye los principios sobre los que se sostiene una democracia -la igualdad ante la ley, la independencia judicial y la separación de poderes- para someterlos al interés de un solo hombre y a la necesidad de unos pocos de aferrarse al poder.
Sois impresentables. Habéis puesto todo -la justicia, la Constitución y la dignidad del país- al servicio de vuestra propia supervivencia política.
Y lo más grave: una amnistía que ayer calificabais de inconstitucional hoy, por siete escaños, se convierte de repente en legítima. Esa pirueta moral y jurídica es un insulto a la inteligencia de los ciudadanos y una burla a la democracia.
Pero no os detenéis ahí. Mientras predicáis reconciliación, os abrazáis a quienes homenajean a los asesinos de compañeros socialistas como Fernando Múgica, Fernando Buesa, Juan María Jáuregui o Ernest Lluch. Esa alianza no es política: es una traición moral, una afrenta a la memoria de quienes dieron su vida por la libertad y la democracia.
Os habéis hecho socios de corruptos, delincuentes y fugados; de independentistas que reciben impunidad por sedición, malversación y violencia callejera; de quienes perpetraron un golpe de Estado en toda regla, desobedeciendo las leyes y desafiando al propio Estado que ahora los premia.
Y mientras tanto, se señala a los jueces, se desacredita a los críticos, se doblega al fiscal y se utiliza a los medios afines para justificar lo injustificable.
Una nación donde los jueces y críticos son señalados, el fiscal obedece, el gobierno impone y los periodistas callan o colaboran, deja de ser un Estado de derecho.
No es reconciliación: es rendición.
Es la claudicación de la ley ante la conveniencia, la entrega del Estado al chantaje y la traición a la igualdad de todos los españoles.
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