El Derecho como acto ético y filosófico
Cada tercer jueves de noviembre celebramos el Día Mundial de la Filosofía, proclamado por la Unesco en 2005 para impulsar el pensamiento crítico y el diálogo, recordándonos, en palabras de su directora general, que “la filosofía es esencial a la hora de definir los principios éticos que deben guiar a la humanidad”. Desde ahí, propongo mirar el Derecho como herramienta de convivencia, porque, antes que norma, es reflexión sobre cómo queremos vivir juntos, una reflexión que incluye todas las dimensiones de lo humano.
Pensar el Derecho es pensar(nos): reconocer que nuestras decisiones, también las jurídicas, se modelan en la interacción entre razón y sentir. La razón da forma al pensamiento; el sentir le aporta profundidad y sentido. La emocionalidad, con toda su riqueza, atraviesa el juicio: a veces lo humaniza, a veces lo confunde. Reconocerla significa comprender su papel en nuestra coherencia interior: cómo influye en lo que consideramos justo y en cómo lo aplicamos.
Si el pensamiento es el paso previo a toda arquitectura jurídica, debe acoger la complejidad de lo humano, con su racionalidad, sus emociones, sus contradicciones y sus anhelos. Solo desde ahí puede surgir un Derecho que aspire a facilitar una convivencia satisfactoria, capaz de acoger la realidad plural que nos constituye y ordenarla como un ejercicio creativo: decidir qué valores nos definen y qué normas necesitamos para convivir en armonía en una sociedad en transformación.
Uno de los elementos que impulsan hoy esa transformación es la movilidad de las personas. Ello nos lleva a pensar el movimiento: cambio, transformación, vida. La migración forma parte de la lógica profunda de la vida: es una estrategia adaptativa en todas las especies, una manera de proteger la existencia, de asegurar la continuidad. También en los seres humanos, antes de cualquier abstracción política o jurídica, el desplazamiento es una respuesta vital: a veces elegida, a veces impuesta; casi siempre atravesada por la necesidad, el miedo, el deseo o la esperanza.
Subtítulo: Movilidad humana y convivencia en un mundo interdependiente
Destacado: Si nos reconocemos como parte de una humanidad interdependiente, una especie capaz tanto de causar daño como de cuidar, necesitaremos un Derecho que no se reduzca a frenar el movimiento, sino que lo acompañe con lucidez, responsabilidad y creatividad
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Diversas voces, desde la hipótesis de Gaia (Lovelock, Margulis), hasta los análisis del periodo axial (Armstrong) o de los “órdenes imaginarios” (Harari), recuerdan que la vida, los sistemas éticos y las instituciones se sostienen sobre relaciones de interdependencia y sobre relatos compartidos. De ahí la necesidad de un nuevo imaginario sobre la movilidad humana, más consciente y honesto, que actúe como elemento cohesionador y no como frontera invisible. ¿Queremos sostener narrativas destructivas o imaginar un relato distinto, donde la movilidad sea parte de un horizonte de dignidad?
La práctica reciente de la protección internacional nos ha evidenciado cómo la misma figura jurídica puede aplicarse con una rapidez y medios muy distintos según el origen o la proximidad cultural de quienes solicitan amparo. Mientras algunas personas acceden en cuestión de días a una protección efectiva, otras esperan durante meses o años. Esa asimetría revela cómo nuestros sesgos y emociones colectivas, miedo, desconfianza, identificación selectiva, pueden desviar el sentido de la justicia hasta vaciar de contenido la promesa de igualdad que late en los textos jurídicos.
Ahí se hace visible el Derecho como ética en acto. Las grandes declaraciones solo adquieren sentido cuando se traducen en normas concretas, en procedimientos accesibles, en garantías efectivas, en criterios de decisión que tomen en serio la dignidad de quienes se mueven. Esa ética se juega en detalles que nunca son menores: la forma en que se entrevista a una persona solicitante de protección, el tiempo del que dispone para explicar su historia, la diligencia de un expediente. Mirar de frente la movilidad implica también interrogar sus causas: desigualdades, conflictos, crisis climática, modelos de desarrollo incompatibles con la vida.
Repensar el edificio del Derecho desde esta perspectiva no significa renunciar a los límites ni negar la complejidad de los conflictos. Consiste en asumir con honestidad nuestra corresponsabilidad en las condiciones que los provocan. Significa preguntarse al servicio de qué idea de humanidad queremos poner la norma. El intercambio rescata del encierro letal y favorece la vida en todas sus formas; para ello es necesario protegerlo, no ahogarlo. Si nos reconocemos como parte de una humanidad interdependiente, una especie capaz tanto de causar daño como de cuidar, necesitaremos un Derecho que no se reduzca a frenar el movimiento, sino que lo acompañe con lucidez, responsabilidad y creatividad.
En Mujeres de Empresa de Asturias (MdE), compartimos espacios de reflexión y convivencia que no dejan a nadie fuera de la mirada.
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