Las puertas del cielo
Al tempranero fallo del Tribunal Supremo contra Álvaro García Ortiz respondieron desde Moncloa con indignación y rechinar de dientes, y los socios y medios afines con improperios de todo tipo hacia el estamento judicial. Cada cual sacó el camorrista que lleva dentro y entre todos pintaron un cuadro de gallinero alborotado. Sin embargo el señor Bolaños, que no puede disimular sus aires de acusica de patio de colegio, fue comedido en su declaración institucional, aunque de las palabras y del lenguaje no verbal se desprendía un no sé qué que qué sé yo muy inquietante. Estos señores del Gobierno se han aficionado a las declaraciones institucionales y de ellas hacen abuso para anunciar cualquier patochada menos un perdón, un yo confieso o un cese. Que, a estas alturas del vodevil, el fiscal general sigue en su puesto como el que no quería rendirse en el sitio de Baler. Lo mejor sería que fuéramos nosotros quienes dimitiéramos de nuestro cargo de ciudadanos dolientes, porque ya estamos hartos de la carestía de la vida, del latrocinio del Estado, de la falta de vivienda y de un trabajo con el que ganarse el pan y la dignidad. Ese es un lujo que no podemos permitirnos, digo, el de soltarles a nuestros gobernantes: "¡Ahí os quedáis!". De todos modos tenemos ganadas las puertas del cielo. Yo las puertas del cielo no me las imagino chiquiticas, sino grandes como las que Antonio López había proyectado para la catedral de Burgos por encargo del cabildo y que una iniciativa popular impidió que fuesen colocadas en el lugar previsto en un principio. Lo que puede conseguir la voluntad del pueblo cuando sale de la modorra y se lía la manta a la cabeza. La obra del de Tomelloso podrá ser admirada a partir del 29 de noviembre en el museo catedralicio burgalés. La del sanchismo aún está pendiente del derribo.
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