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Eutanasia y cuidados paliativos, ninguno es calidad de vida

18 de Marzo del 2011 - José Viñas García (Oviedo)

Cuando una personalidad como el profesor de Psicología don Pedro Bengoechea Garín expresa opinión sobre temas varios, como así venimos observando desde hace años en publicaciones en medios de comunicación, en la variedad está el gusto de cada cual, algunas expresan sensaciones ideológicas, religiosas, etcétera, todas respetables, llenas de interés y actualidad; pero estas, no interesan más allá de quien interpreta su existencia con esas mismas peculiaridades. Podríamos estar de acuerdo en temas como el aborto, en controversia total sobre el matrimonio entre homosexuales, etcétera, pero otra cosa bien distinta es cuando se refiere a planteamientos donde debiera ser autoridad, me refiero a sus artículos sobre eutanasia, cuidados paliativos y muerte digna.

Muchos artículos sobre este tema ha escrito desde hace años, el ultimo, en este medio el día 28 de febrero 2011, titulado «La incógnita a despejar», ha dejado párrafos en todos ellos muy a tener en cuenta, si no fuera porque tienen un matiz cargado de moralina espiritual, aceptando como saludables los cuidados paliativos, y satanizando la opción de una muerte digna; cuando mi percepción (incluso con creencias religiosas tan susceptibles como las suyas) me dice que ambas opciones dejan en mal lugar la deontología médica, donde siempre y en cualquier circunstancia debe estar presta y dispuesta (aplicando toda sabiduría, experiencia e investigación) a curar, jamás a abandonar a un paciente, aunque los formulismos lo cataloguen de terminal.

Pero de tener que elegir entre ambas opciones, eutanasia o cuidados paliativos, elegiría la eutanasia como más ética, con más fundamento a la hora de acomodar nuestra conciencia en contrasentido a nuestras creencias religiosas, y qué decir a la hora de ser respetuosos con las decisiones de cada cual. La eutanasia es algo que el propio interesado decide para sí, en un momento dado (podríamos discutir este término en cuanto a la facultad y capacidad de cada cual a la hora de firmar un documento de esta índole), a diferencia de cuando un profesional decide que a un paciente ya no se le apliquen cuidados curativos, para destinarlo a un lugar siniestro, cargado de sensaciones y sufrimientos encontrados, como es la planta de cuidados paliativos; un lugar donde el enfermo a cuidado y visitado por familiares y amigos, donde es consciente de que se le aparca en espera de lo irremediable, donde él no elige, no tiene poder de decisión. Ahora la ciencia médica tiene argumentos para intentar curar hasta límites que hace pocos años era impensable, en vez de desistir por protocolos, gastos o mala praxis.

Usted dice que al contrario que la eutanasia, los cuidados paliativos están orientados a prestar asistencia al enfermo a nivel psicofísico y espiritual, buscando siempre mejorar su calidad de vida, ¿usted se cree eso que dice? ¿Elegiría ese destino así, tan a la ligera, si fuera un familiar suyo, joven y consciente mentalmente? Señor profesor, ¿cuántos pacientes destinados a cuidados paliativos han mejorado o se han restablecido? Me gustaría saber este dato, porque si todos cuantos allí van tienen una misma trayectoria, solo estamos demonizando dicho lugar, haciéndolo una angustiosa necrópolis. Un lugar así no debiera ser estancia de cerebros vitales, que cuando allí sean destinados solo les queda rezar y rezar. Se imaginan por un momento la agónica desesperanza mental que les producimos hasta el desenlace final que les hemos predestinado, quizás el dolor físico se lo atenuamos, pero este otro dolor interior, ¿cómo solucionarlo, señor psicoanalista?

Si el destino es la muerte inminente, elegida por un protocolo que limpia conciencias, decidiendo cuándo un enfermo es terminal, sin pararse a pensar que no todos por comparación pueden pelear por su salud con la misma fortaleza (claro está, con apoyo de profesionales y cuidados curativos), permítanme que sea mi propio determinante, en vez de que ustedes sean mis psicoanalistas espirituales, para, según usted, mejorar mi calidad de vida, permítanme (sin ánimo de ofender a nadie, y menos a profesionales, que lo tiene crudo cuando pelean con presupuestos y protocolos) sentir amargura por tanta sabiduría sensiblera, sin importarles la experiencia de quien acompañó a varios familiares en esa planta de cuidados paliativos, donde solo se respiran dolor, angustia y mortificación, por no poder hacer nada por ese ser querido, convertido en una momia atiborrada de morfina y haloperidol, a eso que usted llama calidad de vida, que aplican en cuidados paliativos, yo lo denominaría calidad de muerte.

Los dos escenarios tienen un mismo final, con la salvedad de que la eutanasia es un cortometraje, donde se respeta el papel principal y guión marcado por el protagonista, con un enfoque y final rápido; a diferencia de los cuidados paliativos, que conforman una película un poquito más larga, donde el guión está escrito por otros, con los mismos argumentos, donde no importa quién sea el personaje principal, da igual, a todos se los trata y asigna un papel totalmente secundario, algo más lenta la filmación, donde la espera del final se hace insoportablemente dolorosa, dolorosa por la incapacidad de cambiar ese guión siniestro; pensando y volviéndose a pensar, que alguien podría haberlo escrito con un enfoque diferente (que aunque llevara incertidumbre y el final fuera previstamente fatal), siempre y en todo momento, estuviera cargado de ilusión y esperanza, sin que nadie notara, y el protagonista, menos, desanimo en nadie.

Dios no quisiera vernos alargar la vida y el sufrimiento de nadie, pero mucho menos, observar cómo nos lavamos las manos, limpiamos nuestra conciencia, simplemente acogiéndonos a un protocolo donde por comparación vamos destinando protagonistas a un final que podría haber sido otro.

Señor profesor, ayudar a los enfermos graves, familiares, amigos y personal médico en un proceso tan angustioso como una enfermedad así solo sería posible manteniendo todos la esperanza, la fe en Dios, para que aplicando los profesionales todo el saber y la tecnología a su alcance alguno de esos enfermos pueda remontar y sanar, para ello no podemos aparcarlos en cuidados paliativos, tenemos que seguir manteniéndolos en la normalidad hospitalaria, con cuidados curativos, hasta el último aliento, aun a sabiendas de que con toda probabilidad no surtirán efecto.

Nada es absoluto ni está grabado en piedra en medicina, incluso el peor de los cánceres se puede curar, en la medicina hay incertidumbre, el tumor no se lee en los libros de texto, aunque la probabilidad fuera uno contra cincuenta, haremos lo posible para que nosotros seamos ese uno, existe esa variabilidad biológica para aferrarnos a la esperanza, no es frase mía, no tengo esa osadía, es de una personalidad científica conocida mundialmente, el profesor Jerome Groopman, Facultad de Harvard.

Hay un tema, señor profesor, que me preocupa, un párrafo donde dice: «Muchos que creemos que Dios es autor de la vida hemos encomendado a él el modo y la hora de nuestra muerte, pensando tener una muerte digna». Así suena bien, pero en manos de un profesional de la medicina la ciencia creo que tiene que separarse de las afirmaciones y virtudes teologales. Salvo que se use como revulsivo anímico, apoyo moral para cumplir solidariamente con la profesión, cosa que, por cierto, no interpreto en su reflexión. Permítame que de ser su paciente esa parcela espiritual y dogmatica la aparque, póngase a trabajar con la ciencia a su alcance, para no hacerme morir dignamente en cuidados paliativos.

Un saludo a cuantos profesionales trabajan con enfermos graves, esperando de ellos que no flaqueen por críticas como las mías, que solo buscan que los guiones escritos, los formulismos y protocolos tengan poco valor a la hora de tomar decisiones como las referidas. Nuestra conciencia lo agradecerá, y si, como veo, muchos profesionales creen en Dios, deben también tener esperanza y no perder la fe.

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