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Para la escalada, la mejor virtud, encriptada

4 de Marzo del 2011 - Marino Iglesias Pidal (Gijón)

Si el triunfar en la vida está simbolizado por las conquistas sociales y financieras, la clave, sin el menor atisbo de duda, está mucho más en la actitud que en la aptitud.

Cuando mi pensamiento tropieza con este aforismo, de inmediato acuden a él dos personajes que he conocido y que considero paradigmas de esta cuestión. Eran, son, personas que siempre se ponen a tu disposición, pero de las que nunca puedes disponer. Personas que cada vez que se me hacen presentes me provocan las mismas exclamaciones espontáneas: ¡pero cómo es posible! ¡Cómo lo logran!

Cuando concluye el automatismo exclamativo, entro en la reflexión que busca la explicación. Estas gentes tienden sus redes con un camuflaje absolutamente perfecto. De no conocer su arte no tendrías duda alguna de que, cuando quieren atraparte, no te están tendiendo la red, sino su mano para ayudarte. De la misma manera pueden soltar la mayor de las gilipolleces como si de una auténtica revelación se tratara.

Una vez que los conoces, te repugna su existencia. Aunque, para qué negarlo, no puedes evitar una cierta envidia que te hace suspirar: ¿por qué yo nunca he podido ser así? Seguro que le habría sacado muchísimo más provecho a la vida.

Es ésta una reflexión condicionada por la compensación que se obtiene siendo de esa condición. La virtud, considerada como .Disposición constante del alma para las acciones conformes a la ley moral, rinde pocos o ningún beneficio material.

Clara muestra de lo que antecede son estos dos personajes, a los que no tengo la desgracia de conocer personalmente, cuyo hacer y decir los identifica perfectamente cada vez que abren la boca.

Sobre el primero de los que aludo, el ínclito humaciélago que tenemos de Presidente, copio y pego lo escrito por un periodista que muy bien podría ser escrito por mí mismo, sólo añadiré la tilde que se comió al pronombre éste, .Valiente memez el discurso de Rodríguez Zapatero en Túnez, con su yo-yo-yo, mi-mi-mi como argumento de autoridad del valor de la democracia; que si mi pobre padre, que si mi abuelo ya ven y que fíjense ustedes si éste es un sistema para disfrutar que ¡hasta yo he podido llegar a presidente del Gobierno! Esto es falaz, insultante, pueril. Sonrojante. Y lo peor: ridículo. ¿Nos toma el señor presidente por niños, a nosotros, a los tunecinos, a ambos? ¿O por lo que nos toma es por tontos?.

Le contestaría a estas preguntas diciendo: Por niños no nos toma ni a nosotros ni a los tunecinos, hasta para él debe de estar claro, salta a la vista, que no lo somos. ¿Por tontos? No sé los tunecinos, pero nosotros, hasta para él debe de estar claro, salta a la vista, que sí lo somos; de no ser así, ¿Cómo podría ser él el Presidente?

El otro personaje, en este caso, virtuoso del mimetismo, la economía y la política es Don Antonio Miguel Carmona, que, simplemente con largar lo que a continuación pegaré, queda, para los que dispongan de un nervio óptico conducente al cerebro que se le supone al ser humano, plenamente identificado: Sin duda el conocimiento, las ideas y el talante del presidente del Gobierno de España, puede ayudar a que la esperanza se convierta en realidad en un país que sólo desea tener un futuro de libertad, democracia y prosperidad. Sería un digno colofón para tan delirante detrito: A las pruebas me remito.

¡Lo que hay que ver y oir!

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