Carta blanca
Un día de estos de atrás un tipo se puso en contacto conmigo, decía ser de un periódico de tirada nacional y me ofreció un espacio desde el que poder despotricar a mi sabor. Así, de sopetón. Bueno... ¡imagínense!, ya me veía yo ganando el "Mariano de Cavia", metiendo baza en tertulias y sanedrines, coqueteando con la fama y pergeñando mis memorias. Comencé de inmediato a preparar el debut y redacté mi primer artículo poniendo toda la carne en el asador, como si me fuera la vida en ello: aquí una esdrújula, allá un latinajo; alguna rimbombancia digna del más rebuscado Don Juan Manuel (de Prada, por supuesto) y de vez en cuando una cita de un poeta o un floripondio apresurado. Una mención al Imperio austrohúngaro, como buen berlanguiano, la crítica sobre el nombramiento de la fiscala y sobre la España de las chistorras, y el colofón con firma manierista y todo. En mi obtusa inocencia, creí haber parido algo brillante, pero los del periódico juzgaron que no seguía su línea editorial, que el tema no venía a cuento y me había pasado tres pueblos pintando un país que más tenía que ver con Mozambique que con la balsa de aceite de la rosa y el progreso. Me dieron a entender, a las claras, que había asuntos de los que era preferible no hablar: de la Paqui y los supuestos casos de corrupción, de los catalanes, de la energía nuclear, del pifostio de Venezuela, de las irregularidades del CNIO, de la tauromaquia, de los dichosos huevos, del peaje del Huerna, de los caseríos y de Antonio Raphael Mengs. Al presidente del Gobierno, ni nombrarlo. A Zapatero, tampoco. Yo no soy de los que se dejan vencer por el desánimo y, echándole jeta, rehíce el artículo: aquí una esdrújula, allá un latinajo; una verónica belmonteña y de vez en cuando una ristra de palabras con h intercalada. Con más pelos que señales acabé narrando el incidente de José Luis Rodríguez, "El Puma", en un vuelo de American Airlines. Aún estoy esperando respuesta del editor.
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