Asturias, ¿paraíso natural?
Hace días volviendo de una de mis habituales caminatas de fin de semana por la geografía asturiana una de mis hijas me comentaba entre entristecida e indignada el lamentable aspecto que ofrecían las márgenes y riberas de algunos tramos del río Nalón, que más que inundadas de agua, lo que sería normal, lo estaban de detritus e inmundicias de toda suerte, y las ramas de los árboles presentaban colgajos de plástico sucio a modo de deprimentes adornos navideños.
Desgraciadamente, ese es un triste espectáculo que aparece en la mayor parte de nuestros ríos, desde el Deva-Cares, en el oriente, hasta el más occidental, el Eo.
Medio indignada me dijo «papá, ¿y por qué no lo limpian? ¿No dicen que somos paraíso natural? ¿Qué impresión sacarán los turistas que nos visiten? ¿Por qué no se hace cargo el o los ayuntamientos de su limpieza?» Yo le contesté. «¿Y quién? ¿De quién es la competencia? Sinceramente, no lo sé. ¿De los ayuntamientos, que no tienen ni un euro en sus cajas? ¿De la Confederación Hidrográfica? ¿De Medio Ambiente? ¿De la Guardería de Ríos de la Consejería de Agricultura?».
Tiene mucha razón mi hija al decir que el eslogan del paraíso natural es muy bonito, pero que para que sea real se requiere algo más que un eslogan.
A la pregunta de quién es la culpa yo contesto. La culpa es de todos.
En primer lugar, del propio río, que tiene la «mala costumbre» de variar su caudal, ora aumentando, ora disminuyendo, llevándose por delante los depósitos de basura almacenados en sus márgenes para depositar, aguas abajo, en las ramas de los árboles, los deprimentes plásticos. Ahora bien, la culpabilidad del río no es dolosa...
Sí, somos culpables del uso indiscriminado que hacemos de las bolsas de plástico. Sí, lo somos de crear pequeños e ilegales vertederos pirata cercanos a las márgenes, cuando no en las mismas, que acabaran más pronto o más tarde en el cauce. Hasta de algunos pescadores.
He sido, durante muchos años, aficionado a la pesca –que no buen pescador–, y recuerdo perfectamente que al llegar de mañana al coto salmonero te encontrabas con botes vacíos de Coca-Cola o cerveza, botellas, bolsas de plástico y trozos de nailon enmarañados o enredados en las raíces y tallos de los arbustos. Insensibilidad de los anteriores ocupantes del Coto.
Son culpables los jóvenes del «botellón», que, sin saber muy bien cuál es su diversión, si sé lo que detrás dejan una vez abandonado el recinto.
Somos culpables los que en el reciclaje de basura domiciliaria o lo obviamos o no ponemos la suficiente diligencia en hacer las cosas bien.
Son culpables, los Ayuntamientos, las admistraciones públicas o el Gobierno, más inclinados a «invertir» en «chiringuitos» que producen votos para continuar en el poder que preocuparse de la defensa del patrimonio, de un patrimonio como el de los hórreos, injustamente olvidado, o el valiosísimo de nuestros ríos, los pocos que aún quedan en España, que siguen acogiendo al rey salmón, que sirven de atracción de un turismo de calidad.
He citado dos valores de nuestro patrimonio que sí son, entre otros, dignos del paraíso natural.
Sí, somos todos culpables. En este momento me viene a la memoria el título de un viejo filme francés: «Nous sommes tous des assassins».
Juan Alvargonzález Juliana
Oviedo
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