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Las muchas leyes y minutos de silencio no pondrán fin a la escabechina

2 de Diciembre del 2025 - Mario José Diego Rodríguez (Gijón)

Según las estadísticas, en lo que va de año ya son 38 mujeres asesinadas por sus parejas o exparejas, a las que hay que añadir tres hijos, hijas. Desde que se empezó a recabar datos ya son 1.333 mujeres que han perdido la vida. En tal contexto, es una ilusión hablar no solo de que hemos llegado a la igualdad de genero cómo también hablar de las múltiples leyes, hechas y por hacer, destinadas a proteger las mujeres.

Año tras año, aunque las cifras no sean idénticas, los mismos dramas se repiten a pesar de los planes estratégicos a repetición aprobados por el Gobierno. Los gobiernos y la mayoría de las personas preocupadas e indignadas por este cáncer social que es el machismo piensan que el problema se resuelve multiplicando las campañas de sensibilización, como si la violencia machista fuese solo un problema de educación individual.

Son muchas las lacras con las que nuestra sociedad cuenta, y que el poder, mediante sus serviles intelectuales, las explican de esa manera. No obstante, por mucho que apelen a la responsabilidad individual de cada uno de nosotros, la violencia de género dentro o fuera de la pareja no emerge de la oscuridad. Que les guste o no a los poderosos y a sus siervos, este es el resultado directo de la desigualdad entre mujeres y hombres que nuestra sociedad alimenta.

El maltrato doméstico, los feminicidios, la violencia vicaria o todo comportamiento machista tienen su raíz en el estrato de la división de la sociedad en clases. El empuje a ultranza del individualismo conduciendo a la dominación jerarquizada disparan así la autoestima de los que creen que todo les está permitido.

Si a esto le añadimos las desigualdades debido a los estereotipos sexistas en el trabajo, en la televisión, emitidos por la prensa, la publicidad o por el comportamiento de algunos responsables políticos o económicos -corruptos utilizando dinero público para gastarlo en burdeles o prostitutas de lujo-, defectos inherentes de la sociedad burguesa, no es de extrañar la banalización y el desprecio hacia las mujeres.

Al igual que las luchas llevadas a cabo por generaciones de mujeres a lo largo de la historia por su emancipación jurídica de los maridos, el derecho a la contracepción o el del aborto, la solución para acabar definitivamente con la desigualdad de las mujeres en nuestra sociedad pasa únicamente por las luchas que se atacan directamente a lo que la posibilita. Desgraciadamente, no habrá emancipación de la mujer sin que haya emancipación de la clase trabajadora; sin doblegar a los detentores del poder, quienes son los verdaderos causantes de toda desigualdad.

La igualdad es el combate, contra la explotación capitalista y las consecuencias que esta genera, el que tienen llevar a cabo tanto las trabajadoras como los trabajadores. No ser consciente de ello es acabar perdiéndolo todo. El progreso paso a paso que defiende el reformismo desde su aparición es efímero y propenso al retroceso, incluso, diría yo, al fracaso, mientras no se acabe con dicha explotación.

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