El Pole Manolo
En el día de Santa Bárbara se reunía el jurado de "La Cultural" y resultaba que...
Si este año en el Pozu Fortuna recibía un reconocimiento especial, ahora, la Sociedad Cultural Gijonesa le hará entrega del Premio JA Rubio Ballesteros, el viernes 12-D.
¿Y cuál es la primera reacción, conocida por sus allegados, del veterano activista social? "Dejadme en paz", porque el Pole, en la misma tradición de Horacio Fernández Inguanzo, es contrario, es remiso y ha huido a todo reconocimiento personal, pese a sus dilatados merecimientos.
Y quienes han osado, desde el jurado de "la Cultural" alborotar esa paz militante, seguramente que se encontrarán, de frente, con un mensaje similar al esbozado en el pozu Fortuna en octubre, y que es una de las preocupaciones vitales del Pole (y de tantas otras personas de preocupación ética): la unidad.
La convergencia, las acciones unitarias, los objetivos de mínimos, para poner en común acción a las fuerzas progresistas (sobremanera en los movimientos sociales) para enfrentar y derrotar a las arremetidas de los antiderechos y de la carcundia.
En ese campo de la búsqueda de la unidad, y en casi todos los demás, hemos tenido la suerte de contar y de juntarnos con Manolo, durante muchas décadas.
Desde las meramente político-partidarias, en el municipio de Samartín y en la cuenca naloniana, hasta las visitas a Centroamérica en 1990. Desde las portavocías que al Pole se le designaron en la impresionante movilización contra la guerra e invasión de Iraq, hasta las continuadas acciones, movilizaciones y propuestas ciudadanas para confrontar con rigor y continuidad el exterminio sionista del pueblo palestino.
Y si acaso por detenernos un minuto en uno de esos episodios, tal vez menos conocidos en la tierrina, pero de trascendencia internacional: de resultas de la "brigada" de 11 personas que viajaron a Centroamérica en 1990 (a pocos meses de que los sandinistas hubieran sorpresivamente perdido las elecciones, e inmersas muchas entidades latinoamericanas en cómo enfrentar el relato español del Quinto Centenario), hubo por lo menos dos consecuencias de dicho viaje: la creación de la sección asturiana de Las Segovias, como ONG que iba a realizar importantes acciones solidarias (entre ellas pasear por las instituciones asturianas a Rigoberta Menchú un mes antes de recibir el Nobel de la Paz, o incentivar a que se creara el primer consejo de cooperación, el de Gijón, o propiciar maravillosos recibimientos, como el del grupo musical campesino de la "segundo Montes", cuando en El Salvador todavía permanecía la guerra atroz).
Y segundo, que el Pole conociera la Universidad Centroamericana y sus dirigentes, y se implicara en que una delegación de alto nivel del Parlamento español fuera al primer juicio (fallido o farsa) a los militares de la masacre de la UCA, y que años después Manuel García Fonseca fuera llamado como testigo en otro juicio a otro de los militares asesinos, esta vez en la Audiencia Nacional, con resultado de condena a cárcel.
La lucha por la paz, como preocupación vital, tal vez esté entre las contribuciones certeras y permanentes del Pole, y en todo caso resulta transversal y de máxima actualidad en esta "alteración de su paz familiar concreta" que el premio José Ángel Rubio Ballesteros le viene a importunar, afortunadamente para todas nosotras.
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