¿Y si encendemos las luces un poco más tarde?
Cada año ocurre un fenómeno curioso: la Navidad empieza antes. Lo que antes era un
gesto entrañable, encender las luces a mediados de diciembre, se ha convertido en una
carrera por ver qué ciudad las enciende primero, y cuánto antes pueden colar la palabra
"fiesta" en el calendario. Este noviembre ya caminamos bajo guirnaldas, villancicos y
escaparates rojos cuando aún ni habíamos guardado el bañador.
El problema no es la decoración, sino la intención. Todo se ha convertido en un gran
embudo comercial que arranca con el Black Friday, continúa con el Ciber Monday,
enlaza con los "precios pre-navideños", sigue con "las rebajas de Navidad", continúa con
"los descuentos de Año Nuevo" y termina... bueno, en realidad nunca termina. Vivimos en
una cinta transportadora de consumo continuo, sin pausa ni respiro. Lo que antes era
ilusión ahora es agotamiento. Las luces ya no anuncian la Navidad, anuncian el comienzo
de otra campaña de ventas. Y en ese proceso hemos perdido algo esencial: la espera, el
ritmo, la calma y el sentido.
No digo que no se iluminen las calles, la luz también une, alegra y crea comunidad, pero
sí me pregunto si no estaremos exagerando, si no estamos vaciando de significado las
propias fiestas que decimos celebrar.
Quizá sería bueno apagar un poco el piloto automático comercial y volver a encender,
aunque sea un instante, el espíritu auténtico de estas fechas, encontrarnos, no
consumirnos.
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