¿Contenciones sin recursos?
Después de leer la publicación en LA NUEVA ESPAÑA sobre las contenciones mecánicas cero en Asturias/ante proyecto ley de Salud Mental.
La contención cero exige algo más que un titular.
En octubre de 2025, una adolescente compareció ante la Junta General del Principado de Asturias para relatar lo que había vivido durante su ingreso psiquiátrico: largas horas de contención mecánica, días consecutivos atada a la cama, sin comprender por qué, sin voz ni protección. Yo era su profesional de referencia. Y puedo afirmar con plena responsabilidad que lo que contó es cierto.
Su testimonio impresionó por su valentía, pero también porque expone una realidad incómoda: la distancia entre el discurso institucional y la experiencia real de los menores ingresados por motivos de salud mental. Habla de ella, sí, pero habla de muchos otros. De niños y adolescentes que, en plena crisis vital, se encuentran con prácticas que pueden dejar huellas emocionales muy profundas.
En las últimas semanas se ha repetido la expresión "contención cero" como horizonte de la política sanitaria en nuestra comunidad autónoma. Sin embargo, al leer el anteproyecto de ley de Salud Mental de Asturias, no encuentro -ni una sola vez- una referencia específica a la hospitalización de niños y adolescentes, ni un plan concreto para eliminar las contenciones mecánicas en ese ámbito. Veo declaraciones de intenciones, conceptos generales y compromisos simbólicos, pero no veo lo esencial: cómo se piensa pasar del titular a la práctica.
Porque "contención cero" no es un lema. Es un cambio cultural y técnico profundo que exige recursos, métodos y responsabilidad. Requiere más personal y mejor formado; protocolos claros de desescalada no coercitiva; entornos terapéuticos preparados para una intervención respetuosa; acompañamiento constante, y supervisión externa para asegurar que la excepcionalidad no se convierta en norma. Nada de esto aparece en el texto legal, ni se mencionan instrumentos concretos para el ámbito infantil y juvenil.
Quienes trabajamos con menores sabemos qué significa inmovilizar a un niño o una adolescente durante horas: miedo, indefensión, rabia, daño en la autoestima y en el vínculo con el sistema sanitario. Sabemos que puede ser traumático y que, además, existen alternativas eficaces cuando se cuenta con equipos suficientes, bien formados y capaces de sostener la crisis sin coerción. La pregunta, entonces, es inevitable:
¿Con qué personal se plantea la contención cero? ¿Se reforzarán las unidades de salud mental infantil y juvenil con profesionales especializados y ratios adecuadas?
¿Con qué formación? ¿Habrá un plan sistemático de capacitación en técnicas de desescalada, intervención psicosocial y atención en crisis adaptada a menores?
¿Con qué recursos materiales y estructurales? ¿Se transformarán los espacios para que la respuesta terapéutica no pase por la sujeción como vía rápida cuando falta personal?
¿Con qué mecanismos de control? ¿Existirá un registro público de cada contención practicada, con supervisión independiente y participación de las familias?
Sin estas respuestas, la "contención cero" corre el riesgo de convertirse en un eslogan bienintencionado pero vacío. Mientras tanto, los menores seguirán ingresando en unidades que no han sido diseñadas para ellos, atendidos por equipos saturados y con procedimientos que reproducen, una y otra vez, la misma lógica de control.
Lo que esta adolescente relató ante el Parlamento asturiano no es un episodio aislado. Es el síntoma de un sistema que no ha colocado a la infancia y la adolescencia en el centro de su política de salud mental. Si queremos que esto cambie, el anteproyecto de ley debe reconocer explícitamente la especificidad de este grupo, prohibir las contenciones sistemáticas, garantizar recursos suficientes para evitarlas y establecer mecanismos de protección reforzada.
Los discursos alivian conciencias. Las leyes transforman realidades. La dignidad de los menores exige algo más que palabras: exige valentía política, inversión y un compromiso real con sus derechos.
No podemos seguir mirando hacia otro lado.
Porque lo contrario ya lo conocemos: silencios, correas y puertas cerradas. Y una adolescente que tuvo que alzar la voz para que se creyera lo que nunca debió ocurrir.
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