Ha caído Jorjón
Llevamos un mes aciago en materia de muertes ilustres, y le ha tocado ese turno -para el que pocos piden cita- a Jorge «Ilegal», el rockero que vivió como si conjurara su final mediante una actitud juvenil, materializada en irreverencia acomodaticia, porque los orígenes pesan mucho; los suyos y los de sus seguidores, a quienes brindó una válvula aceptable de escape a toda férula asignada de oficio a partir de la cual funcionar en sociedad.
Jorge María Martínez sí pudo escapar un poco a ese destino de escritorio y tintero que se le auguraba -no siendo el peor-, hasta plantear un duelo en vida con el futuro postrero más ineludible y común, presentido, a su vez, por los tíos que abarrotaban sus conciertos, porque su música se valía de artilugios percibidos como «patriarcales»; si nos fijamos, el rock español es singularmente misógino, hay códigos femeninos de expresión que no sabemos ni queremos captar o, sencillamente, no dan el nivel. Tampoco hay de lo otro, si a eso vamos; tampoco hay un espacio unisex de disfrute musical. En España se han polarizado las pasiones melódicas, y Martínez -con un trabajo extenuante de ensayar, componer, actuar, documentarse, etc... ¡no todo eran juergas escatológicas!- supo leer el panorama sobre el que triunfó con tenacidad única, pues empezó a triunfar cuando coetáneos suyos o más jóvenes se avergonzaban de sus correrías.
Así, durante cuarenta años -no cuento la época de Madson-, prodigó su magisterio sin respaldo muy activo de la industria, que no sabe qué hacer con el cinismo, y se nos ha ido en el cansancio dulce de haberlo dado todo, jaleado por masas que comulgaban con el rollo que se traía, pero -ya apacentados por la idea de espectáculo imperante- sin entenderlo realmente.
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