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Los pacientes y la vida son lo primero

12 de Diciembre del 2025 - José Viñas García (OVIEDO)

La profesión médica, una de las más vocacionales y nobles que existen, debería ser incompatible con las huelgas. Y, sin embargo, asistimos a paros convocados con un cálculo frío y demoledor: justo cuando la gripe golpea con más fuerza, cuando las urgencias están colapsadas y cuando las listas de espera alcanzan niveles que, en cualquier empresa privada, provocarían el despido fulminante de toda la dirección y el cierre inmediato del negocio. Pero en la sanidad pública se tolera todo. Absolutamente todo. Porque los buenos profesionales -los de verdad- siguen trabajando sin descanso, sosteniendo un sistema que se les cae encima. Y al mismo tiempo, vemos manifestaciones con tan poco respaldo que ni los familiares de los convocantes aparecen. La situación es de una gravedad monstruosa: estas huelgas no paralizan productos ni retrasan envíos; ponen en riesgo vidas humanas. Y eso, sencillamente, es intolerable. Tenemos un ejército de sindicatos, muchos con liberados, que ahora son los mismos que encabezan protestas mientras otros cargan con el peso del sistema. Estos sindicatos se supone que existen para negociar, no para bloquear servicios esenciales. Deberían estar sentados con la Consejería, con la Administración, con quien haga falta. Para eso cobran. Para eso están. En un sector como la sanidad, las huelgas deberían estar reguladas hasta el límite o directamente prohibidas cuando afecten a la seguridad del paciente. El derecho a la protesta nunca puede estar por encima del derecho a la vida. Alguien en este país debe despertar de una vez. Los pacientes son lo primero. Son la única razón de ser de este enorme y costoso aparato público llamado sistema sanitario. Si seguimos así, habrá que empezar a exigir responsabilidades serias. O cerrarlo todo y construir algo que funcione. Porque esto no es un refugio laboral ni un santuario corporativo: el personal sanitario se debe a los enfermos. Y quien no comparta esta premisa tiene cientos de profesiones sin vocación donde lo único que se exige es trabajar sin más. Cuando algunos hablan de saturación, parece que creen que en los demás sectores se regalan los sueldos o se vive en un spa. Todos tienen presión. Todos tienen objetivos. Pero en sanidad hay una diferencia abismal: las vidas no pueden esperar. Las reivindicaciones podrán ser legítimas, sí, pero pierden toda legitimidad moral en el instante en que se anteponen a la seguridad de las personas a las que deben proteger. Ese es el límite. Y se ha cruzado. Por eso exijo a las administraciones que entreguen de inmediato lo que sea justo y necesario. Y si no lo hacen, entonces que actúen: responsabilidades políticas, responsabilidades profesionales, y si es preciso, despidos. Porque lo que no puede ser es que los ciudadanos paguen siempre el precio de los fallos, los intereses y las luchas internas de los demás. Esto ya no va de ideologías. Va de ética. Va de vidas.

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