Como conviene que sea
«Si trujeres a tu mujer contigo... enséñala, doctrínala y desbástala de su natural rudeza, porque todo lo que suele adquirir un gobernador discreto suele perder y derramar una mujer rústica y tonta» (Cervantes)
A Maritornes, como a la «duquesa», la hija del ventero, Altisidora, la condición social no las hace diferentes; todas ellas son almas que no han sido tocadas por la gracia de la buena crianza o habiéndola tenido se han descuidado, se han abandonado. La «duquesa», caprichosa, déspota, despiadada, varón en la ira, lava las ofensas asiendo con las dos manos el cuello de la ofensora y la agasaja con «tanta y tunda azotesca»; arrebatadamente viril, ni el decoro ni la honestidad la frenan a entrar donde yace varón y mantener, durante media hora, un encuentro «a puñadas».
En el expediente académico de Maritornes consta el haber asistido al taller de sexualidad «El placer en tus manos». Procaz, pródiga en higas, enfadosa e impertinente viste pantalón que le permite exhibir aquella parte del cuerpo que debe encubrir la honestidad; mujer zafia, frecuenta encuentros indecentes y aquelarres de alcohólicos. Herida en su narcisismo, y sin nada ya que perder, se siente tentada a ensombrecer «el buen crédito y la buena fama» de Dorotea, mujer recatada, bondadosa, talentosa y responsable. Movida por cándido altruismo y sin el menor rubor, Maritornes es dada a implicar a otros en tareas y proyectos de escaso interés y ninguna aplicación; en cargo de responsabilidad, sin otro mérito que el exigido por la «ley de la paridad», es pesada losa; en compañía de la del Toboso, de la hija del ventero y de Altisidora, difama, escarnece y acosa al diferente (don Alonso Quijano), al compañero brillante («el músico, mozo de mulas») y a Clara (hija del «señor oidor»), alumna aplicada, femenina y recatada. En Maritornes, como cabe esperar, sus entendederas no alcanzan a comprender que la suerte sólo ayuda a aquellos cuyas mentes están bien preparadas. Hija, pues, de sus obras, no son las virtudes el adobo de su sangre.
¿Mujer interesante?
Independientemente de que lo habitual y conocido en el mundo cause desdoro, don Miguel afirma: «Dios sabe si hay o no Dulcinea en el mundo, o si es fantástica o no es fantástica; y éstas no son de las cosas cuya averiguación se ha de llevar hasta el cabo. Ni yo engendré ni parí a mi señora, puesto que la contemplo como conviene que sea una dama».
Juan Antonio Saénz de Rodrigáñez
Luarca
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